El escritor hidrocálido Gustavo Vázquez Lozano ha afianzado su reputación como narrador e historiador. Con estudios previos de figuras como Pancho Villa, Maximiliano de Habsburgo y Carlota de Bélgica, entre otros, reconstruye en su más reciente ficción histórica, "El indio Victoriano", la biografía de un individuo en extremo significativo para la memoria del siglo XX.

José Victoriano Huerta Márquez (1850-1916), presidente de febrero de 1913 a julio de 1914, se mantiene dentro de la lista de malhechores y traidores como un villano irrebatible cuya revisión crítica se ha mantenido a raya por décadas. Ahora, con esta obra, Vázquez Lozano no sólo continúa su reescritura de la historia nacional, sino que también aporta a la construcción de un diálogo que se extiende más allá de las páginas, invitando al lector a reflexionar sobre la complejidad de la identidad y el pasado mexicanos.

En “El indio Victoriano”, el autor sumerge al público, amparado en un flujo creativo y en el rescate de fuentes históricas, en la vida de un hombre, huichol de nacimiento, que llegó a ser general de división y mandatario en un país sumido en los conflictos internos. La narración se despliega en siete partes que detallan el origen del militar, su juventud, carrera, ascenso político y posterior exilio. Sin duda, esta semblanza resultará fascinante para quien desconozca los detalles en torno al “Chacal”. Incluso, podría afirmarse que entre más caricaturesca sea la imagen que se tenga de este personaje, mayor será la sorpresa al enterarse de que el trono de Juárez como único Presidente de origen humilde e indígena es ilusorio; que personajes de la cultura nacional, como José Juan Tablada, Federico Gamboa o Salvador Díaz Mirón, buscaron su amistad; que más allá de su faceta castrense, manifestó una fuerte afinidad con la ciencia, haciendo importantes aportes a la exploración geográfica y astronómica; que aunque fue un militar de mano dura, sus actos de crueldad son más míticos que reales; que fue un esposo fiel y progenitor de una numerosa familia, quien no tuvo jamás un reporte por alcoholismo o mala conducta en su quehacer castrense.

Asimismo, el libro se distingue no sólo por una esmerada reconstrucción de los años formativos, de las actividades profesionales y tribulaciones económicas del protagonista, sino también por su propósito implícito: el entretenimiento pedagógico. Lejos de adherirse a una narrativa maniquea, la obra lanza una provocación al considerar los distintos planos en los procesos sociopolíticos, a menudo simplificados o malinterpretados en el imaginario nacional. Así, Huerta, frecuentemente descrito de forma oficial por los libros de texto como un monstruo abominable, que no merece sino motes como “El Asesino de Madero” o “El Usurpador”, queda aquí reconsiderado, alejado de la trampa de la idealización o la demonización y se presenta como un ser humano plagado de contradicciones y matices.

Por último, es importante señalar que para muchos resulta sustancial acotar que la novela histórica es un medio subjetivo que no debe confundirse con investigaciones de índole académica. Consciente de esto, el autor concluye su obra con un gesto de transparencia y rigor, al citar las fuentes detrás de las anécdotas más significativas. Este enfoque, digno de ser emulado, añade una capa de autenticidad y responsabilidad al trabajo, enriqueciendo así tanto la experiencia de lectura como el valor de la obra en el contexto más amplio del discurso historiográfico.

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