Tras el triunfo del maderismo, José Juan Tablada ratificó su lealtad con el régimen caído. Sin embargo, los hechos de sangre sucedidos durante la Decena Trágica lo harían sentir franca consternación, como escribe en sus diarios del mes fatídico: “¿Hasta qué punto llegarán estas tragedias progresivas e insensatas que pretenden salvar a una nación mal gobernada y no son en el fondo sino el solapado arbitrio de los señores militares para servirse el banquete de su famélica ambición sobre la sangre del pueblo asesinado?”.

Pero esta crítica formulada en privado no impediría que Tablada se convirtiera en uno de los principales defensores de Huerta. A mediados de 1913 habría de publicar “La defensa social: Historia de la campaña de la División del Norte”, un texto por demás olvidado, ni siquiera compilado en sus obras completas, sólo reeditado por la Universidad Iberoamericana. Se trató de una extensa apología del actuar del general, en cuya prosa poco se alcanza a ver del escritor vanguardista o del versificador prodigioso. El libro abordó no tanto los acontecimientos relacionados al cuartelazo, sino las campañas militares de Huerta en una narrativa que culmina en su ascenso a la Presidencia:

“Cuando en el valle del Sacramento acamparon las tropas leales entregándose al descanso tras del esfuerzo de la épica jornada, lucían los astros de la clara noche de mayo con el brillo magnífico que asumen a los ojos del soldado las condecoraciones heroicas, y una estrella errante cruzó el cielo sobre el campamento silencioso, como una refulgente rama de laurel desprendida para aquellos bravos desde los altos jardines siderales”.

Del mismo modo, el cosmopolitismo de Tablada, que mucho nutrió a su poética, se vería reducido a elogios exóticos como: “Es que el general Huerta es un hombre de bronce. No en vano he hablado a ese propósito de la broncínea figura del ilustre condottieri que el Verrochio esculpió. También vienen a mi memoria las figuras de los héroes japoneses que han asombrado al mundo y cuyos rostros también sellan con estoicismo impenetrable las almas magníficas que no se sabe si se exaltan hacia la luz sideral de empresas de titanes o se desploman entre las sombras de las catástrofes sin remedio”.

El mandato de Huerta no fue bien visto ni por la prensa ni por el poder ejecutivo de los Estados Unidos. Después de la toma de protesta de Woodrow Wilson como presidente, las gestiones del embajador Henry Lane Wilson a favor del golpe de Estado serían condenadas y la relación con el Estado mexicano sería marcada por un cúmulo de hostilidades que culminaría en la invasión del puerto de Veracruz en 1914. Así, “La defensa social” fue un intento de combatir la narrativa que se había asentado en el extranjero y que hacía eco a nivel nacional ante la nula legitimidad que poseía el gobierno huertista.

La sinceridad con la que el poeta apoyó al militar parece confirmarse en 1922 con una réplica ante una crítica a sus escritos elogiosos: “Huerta no fue un caballero pero indudablemente fue un tigre”. Convicción que poco logró hacer por la calidad literaria de su apología, un trabajo en el que casi nada se puede reconocer del autor de “Lipo y otros poemas”, o incluso del ingenio soez de su “Madero-Chantecler”.

El esfuerzo de Tablada no logró el objetivo de reivindicar la reputación del general, pero, afortunadamente para nuestras letras, tampoco terminó por manchar del todo la suya como uno de los primeros poetas auténticamente modernos de México.

Viñeta Ángel Gilberto Adame
Viñeta Ángel Gilberto Adame
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