La actual administración federal falla en muchos procesos, pero en una materia específica es campeona indiscutible: nadie le gana en la producción de gráficas engañosas.

Algunos de sus funcionarios son unos verdaderos artistas en la generación de barras, líneas o columnas que se ven bien, aunque los números subyacentes sean espantosos. Esta maestría, además, es perfectamente trasladable a diferentes áreas y temas, lo mismo salud que educación que economía y, por supuesto, seguridad.

Y en esta última materia, han sido particularmente creativos. En las gráficas sobre homicidios , por ejemplo, incluyen siempre una línea de tendencia con pendiente negativa, aunque la curva en cuestión se vea francamente plana. Para lograr la magia, utilizan el bonito dispositivo de comparar el pico de la serie, ocurrido meses antes del inicio del actual gobierno con algún total mensual particularmente bajo en la actual administración, para alegar entonces que los homicidios disminuyeron 9 o 10 o 14% por las políticas en curso. Y es que, si se comparase el último mes de la administración Peña Nieto con el más reciente, la disminución sería de solo 2.6% y así qué chiste tiene.

Todo esto viene a cuento porque nuestros magos del spin visual tienen ante sí un reto no trivial. Según las cifras de homicidios que publica a diario la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, el octubre recién concluido fue el peor octubre del sexenio y la primera vez que se llega (en esa cuenta) a más de 80 homicidios diarios en promedio desde septiembre de 2021. Traducido a la serie del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, eso significa casi 3,000 homicidios en el mes.

No dudo que nuestros grandes propagandistas del Excel encuentren la manera gráfica de presentar este resultado nada alentador como un triunfo incontrovertible. Y si a eso se añade que el presidente López Obrador , campeón mundial del monólogo pausado y virtuoso de la salida por la tangente, encontrará la manera de trasladar la responsabilidad por el mal dato al pasado (cercano o remoto) y culpar por lo mismo a uno o varios de sus (múltiples) adversarios, no hay mucho de qué preocuparse.

Al menos no por la comunicación o la narrativa ―para usar la jerga de nuestros tiempos. Pero la realidad es otra cosa. Este resultado de octubre le parte la crisma a la idea de que se había domado ya a la violencia letal: la larga meseta homicida ya no era planicie, sino zona de descenso. La violencia ya no solo se había estabilizado, sino que venía ya en franca disminución. Y ahora era cosa solo de contar los meses antes de hacer la vuelta olímpica.

¿Y cuál habría sido la fórmula del éxito? Pues la combinación de botas y becas: más militares en las calles, en continuo patrullaje ya sea en uniforme verde olivo o de Guardia Nacional , y la distribución amplia de apoyos sociales a la población en general, cualquiera que fuese su situación específica.

Pero pues no. No se pueden extraer muchas conclusiones del dato de un solo mes, pero una conclusión parece clara: en términos de homicidios, el país va a estar en noviembre de 2022 dónde estaba en noviembre de 2018. Cuatro años y no gran cosa: algunos ires y venires, algunas alzas y algunos bajones, pero con una crisis más que viva.

Y no habría razón para pensar que la situación iba a ser muy distinta. Sigue sin haber un esfuerzo significativo de construcción de capacidades de investigación, ni el despliegue a escala importante de iniciativas focalizadas de contención. Entonces tenemos más o menos lo que teníamos al iniciar el sexenio.

No hay propagandista gráfico, por hábil que sea, que pueda esconder ese hecho.

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