Estados Unidos es, sin duda, uno de los países con mayores avances en el desarrollo de debates entre candidatos a cargos de elección popular. Desde 1858 se tienen registros de los intensos debates librados entre Abraham Lincoln y Stephen Douglas cuando competían por un lugar en el Senado por el estado de Illinois. Estos encuentros fueron un parteaguas en la historia de Estados Unidos, pues, aunque Lincoln perdió la elección, logró expandir un espíritu unificador y antiesclavista que le permitiría convertirse en presidente años después.

Sin embargo, además de los debates políticos, la tradición de la erística se remonta también a los clubes de debate de las universidades estadounidenses que empezaron a formalizar competencias desde finales del siglo XIX. Para estos grupos, era importante no sólo hablar bien, sino contrastar puntos de vista, profundizar las bases de ciertos argumentos y evidenciar la falta de dominio de un tema.

Estos ejercicios se fueron adaptando a los tiempos y, para 1948, por primera vez un debate entre precandidatos a la presidencia se transmitió por la radio. En aquella ocasión, participaron Thomas Dewey y Harold Stassen, quienes se disputaban la nominación del Partido Republicano.

Posteriormente, se llevó a cabo el primer debate televisado entre candidatos a la presidencia, en el que participaron John F. Kennedy y Richard Nixon. Este evento fue sumamente paradigmático pues, de acuerdo con las encuestas de la época, quienes vieron el debate por televisión tuvieron la impresión de que Kennedy lo había ganado, mientras que los radioescuchas dijeron que el vencedor había sido Nixon.

Una organización que jugó un papel muy relevante en el desarrollo de los debates presidenciales fue la Liga de Mujeres Votantes (LWV, por sus siglas en inglés), pues no sólo promovía la difusión y expansión de estas prácticas, sino que realizó los debates presidenciales entre 1976 y 1984. Desafortunadamente, la falta de una entidad oficial que celebrara estos ejercicios hacía difícil que los candidatos se sometieran a reglas estrictas.

Debido a esta coyuntura, en 1984, Georgetown y Harvard, dos de las universidades con mayor tradición en equipos de debate, elaboraron estudios en los que reflejaron la importancia de los debates en los procesos electorales y delinearon algunas recomendaciones para su correcto funcionamiento. Entre estas, se insistió en la necesidad de forjar una institución imparcial respaldada por los partidos Demócrata y Republicano que se responsabilizara de ellos. Por lo tanto, en 1987 se creó la Comisión de Debates Presidenciales (CPD, por sus siglas en inglés).

Desde entonces, la CPD organiza, generalmente, tres debates entre los candidatos a presidente y uno entre los candidatos a vicepresidente. Los criterios pueden variar, pero normalmente estos eventos se llevan a cabo en universidades y son moderados por periodistas reconocidos. El formato ha evolucionado, por lo que los tiempos de intervención que se distribuyen entre los candidatos se han flexibilizado, con el objetivo de tener un debate más dinámico, espontáneo y natural.

Independientemente de qué tanto determinan el sentido del voto, los debates representan un elemento democrático imprescindible que permite a los electores contrastar las propuestas de los candidatos y obliga a éstos a salir de su zona de confort a la que están acostumbrados en espacios controlados y rodeados sólo de sus simpatizantes.

Aunque es relativo quién pudo haber “ganado” un debate, lo cierto es que éste no deja de ser un evento interesante que ofrece un aspecto diferente a las campañas políticas. Así que, si no existen cambios, podremos ver a Trump y a Biden debatir dos proyectos de nación muy distintos en el primero de tres encuentros el próximo 29 de septiembre. Ya veremos el impacto de estos ejercicios. Mientras tanto, es importante seguir fomentando la práctica del debate público, especialmente en aquellos lugares donde hace falta mejorar y fortalecer su funcionamiento, para evitar que el monólogo sea lo único que llegue a la mente de los votantes. Debatir es, entonces, una forma de reivindicar la democracia.

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