Hace mucho tiempo que los premios Oscar dejaron de tratarse sobre cine. O al menos eso nos demuestra la lista de ganadores a Mejor Película de los últimos diez años (por poner un número). ¿Acaso alguien se acuerda de Green Book, The Moonlight o Spotlight?

Claro, hay excepciones (Parasite, Birdman), pero en general, los Oscars rara vez premian a la mejor película, al contrario, últimamente parece que la regla es premiar a la cinta socialmente más comprometida. Mal por Kubrick y por Hitchcock, que si hubieran hecho alguna cinta sobre comunidades marginadas, seguramente habrían tenido un Oscar.

Si los Oscars no son indicativo de buen cine, ¿entonces de qué sirve perder el tiempo viéndolos? El show que año tras año organiza Hollywood para transmitirlo al mundo entero es certero al menos en un aspecto: ser la brújula cultural de lo que pasa en Hollywood y en general en la cultura de Estados Unidos.

He ahí la gravedad del asunto, porque si al menos en eso son certeros los Oscars, entonces la medición de este año es terrible por donde se le vea.

Lo que presenciamos el pasado domingo no sólo fue la hipocresía de Hollywood, sino la debacle de los grandes estudios frente a las empresas de streaming. Y es que finalmente sucedió: una película proveniente de un servicio de streaming (Apple, ni más ni menos) se llevó el premio a Mejor Película por CODA, marcando así la primera vez que uno de estos servicios (y no un estudio) se lleva la estatuilla más importante de la noche.

CODA se estrenó originalmente en el pasado festival de Sundance, y es ahí donde Apple (en un movimiento sin duda visionario) abrió la cartera y pagó $25 MDD para su distribución en Estados Unidos, es decir, para agregarla a su catálogo en la plataforma de Apple TV+. La cinta (que costó 10 millones) ya tenía cerrados contratos de distribución fuera de Estados Unidos, por lo que el negocio fue redondo.

Así, en menos de un año Apple consiguió lo que Netflix viene buscando desde su conversión como compañía de streaming en 2007: ganar un Oscar por Mejor Película. En ese sentido, Netflix fue uno de los grandes perdedores de la noche: luego de cosechar varios premios que alimentaron la sensación de película ganadora para The Power of the Dog, la ola se desvaneció cuando los análisis y las predicciones empezaron a publicarse: CODA sería la triunfadora.

Esto es apenas el inicio, la supremacía de las plataformas sólo irá incrementándose, y eso terminará mermando al cine, entendido como una experiencia colectiva que se vive en una sala oscura frente a la gran pantalla.

Bob Iger, el ex CEO de Disney, se sumó al grupo de escépticos que dudan que el negocio de la exhibición vuelva a tener los niveles de antes de la pandemia. “La gente se sintió más segura y confortable viendo contenido en su casa”. Iger pondera todo lo que implica salir para ir al cine: usar algún medio de transporte, pagar estacionamientos, el costo de alimentos y convivir con la gente. “Para muchos, este costo ya no vale la pena”.

Ejemplos concretos de esta situación se encuentran en la lista de nominados al Oscar de este año. West Side Story no pudo recuperar la inversión de 100 millones. De hecho la gran mayoría de las nominadas al Oscar tuvo un desempeño muy pobre en ganancias. Si se suma la taquilla de las nominadas a Mejor Película, no se llegaría ni a la cuarta parte que recaudó Spider-Man: No Way Home.

El propio Iger reconoce que a Encanto no le fue bien en taquilla. “Fue hasta su transmisión en Disney Plus que alcanzó nivel de culto”.

Así pues, es clara la supremacía de las plataformas no solo en el juego del Oscar, sino en la industria en general. De seguir esta tendencia, lo raro será encontrar una cinta que no provenga de una plataforma entre los seleccionados. Y lo peor: aunque por regla todos los nominados deben estrenarse en cine, es claro que la mayoría de esas películas no se verá en una sala oscura frente a una gran pantalla.

Pero si en los terrenos de cine e industria la aguja del Oscar da malas noticias, en términos culturales y sociales, el indicador es aún más preocupante.

Por supuesto: el chiste que Chris Rock hizo sobre la condición de Jada Pinket Smith (esposa de Will Smith quien padece de alopecia) distó mucho de ser chistoso. Fue una completa estupidez y falta de respeto.

Es extraño que un comediante con tanta experiencia y viejo amigo de Will y Jada, cometiera este error. Rock sabe perfectamente cuán importante es para la comunidad afroamericana el asunto del pelo: el comediante produjo y protagonizó el documental Good Hair (Stilson, 2009) que trata sobre el tema.

Nada justifica la broma, pero tampoco nada justifica el uso de la violencia. Con una ira apenas contenida, Will Smith (que sabe de boxeo y cuya complexión es mucho más amplia que la de Rock) tuvo un milagroso atisbo de cordura cuando decide golpear a mano abierta al comediante, en pleno escenario, ante las cámaras del planeta entero. Si le hubiese golpeado con el puño, seguramente Rock habría acabado en el hospital.

Diez minutos después, y sin que aún hoy día esté claro si la Academia intentó sacar del recinto al actor (hay versiones contradictorias), Smith convirtió su discurso de aceptación al Oscar en un monólogo propio del “líder de algún culto religioso” (Almodóvar dixit), de victimario pasó a víctima y, en una de sus peores líneas, se justificó diciendo que “el amor te hace cometer locuras”.

Tal vez sin pensarlo, Will Smith estaba usando el mismo lenguaje de los golpeadores de mujeres que en no menos de una ocasión justifican sus actos en un “amor” imposible de educar. Ya en el delirio, Smith se compara con su personaje en King Richard y los empata en cuanto a esta misión “divina” de proteger a su familia. Es decir, se ufana orgulloso como un patriarca violento, dispuesto a irse a los golpes en cadena nacional, en medio de la entrega de premios más importante de Hollywood y a minutos de ser nombrado Mejor Actor.

Por más que la broma sea absolutamente reprobable, no se calla un comediante a golpes. Como bien lo dijo el día siguiente en su talk show el también comediante y periodista Steven Colbert: “la mejor forma de callar a un comediante es no riéndose de sus chistes”. Y Smith rió, las cámaras así lo atestiguan.

Pero la escena demoledora vendría al final: un Hollywood rendido ante el macho de cantina que limpia el honor de su mujer a golpes. En un hecho sin precedentes, Hollywood reunido le aplaude a Smith. Aquellos que tan buenos eran para cancelar a actores y directores por sus pecados del pasado, le perdonaron en no menos de 10 minutos todo a Will Smith.

Es la hipocresía de un Hollywood en decadencia pura.

La cruda del día después pegó fuerte: actores y actrices expresan en redes sociales su sorpresa y pesar por la imagen presenciada, no solo por el golpe y los insultos, sino por lo que esos aplausos al unísono significan.

Un rating que finalmente subió (apenas mayor del piso que fue el rating de la emisión de 2021), pero a un costo carísimo. Absurdo pensar que todo esto es parte de un plan, ¿de un plan para qué?, ¿para mostrar la franca decadencia de la meca del cine?

Probablemente quien más claro resumió todo el fenómeno fue el actor Jim Carrey, quien en entrevista dijo: “Nadie tiene derecho a golpear a alguien por decir palabras [...] Hollywood ya no es el cool club”.

Ya no lo es, probablemente nunca lo fue.

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