La imagen del 3 de octubre de 1992 es histórica: Sinéad O’Connor rompe la foto del Papa Juan Pablo II frente a las cámaras de Saturday Night Life, el programa nocturno más visto en Estados Unidos. Cuando estaba en la cima, con 25 años, un rostro y una voz inigualables, la valiente cantautora irlandesa hace una denuncia masiva contra el abuso sexual a los niños dentro de la Iglesia Católica. Ese día la industria de la música la hace inexistente y la sociedad la condena al aislamiento. Pero el tiempo le dio la razón cuando, 27 años después, el Vaticano reconoció los abusos largamente encubiertos.

En su libro Remembranzas (2021), Sinéad cuenta del brutal maltrato físico y psicológico que sufrió en su infancia por parte de su madre. Pero ella sobrevive. Su padre la interna en un reformatorio a los 14 años. Y sale. A los 15 la encierran en un internado católico que abandona dos años después. La música la salva, le permite gritar lo que piensa y lo que siente. A los 20, en 1987, saca su primer disco, The Lion and the Cobra, y es un éxito. Inolvidable su interpretación de “Mandinka”. “¡Ponte falda, algo más femenino, déjate crecer el pelo, vístete más sexi…!” le exigen las disqueras. Entonces ella se rapa: “Soy una punk (…) no una estrella del pop”, alega con tanta fiereza como cuando canta y la voz le sale por todo el cuerpo. Se niega a ser diseñada por otros, a ser decoración.

Eléctrica, interpreta “Nothing compares 2U” (de su disco I don´t want what I haven’t got, 1990) cuando la composición de Prince en su voz la lleva a ganar un Grammy. Lo rechaza, porque esos premios “se dan al disco más vendido, no al mejor artísticamente hablando”. Las multitudes se rendían a los pies de su talento. Cantó con Peter Gabriel, Lou Reed, Van Morrison, U2… Pero solo dos meses después de su denuncia en televisión, las masas la abuchean durante un tributo a Bob Dylan en Nueva York. Su disquera la abandona luego de 7 millones de discos vendidos: “Se volvió loca”. Ella se sostiene frente a la audiencia esa noche y canta a capela “The war” de Bob Marley.

Como a Camille Claudel, Amy Winehouse, Janis Joplin o Billie Holiday… la etiquetan, igual que, más cerquita de nosotros, a Nahui Olin y a Leonora Carrington o a Elena Garro. Las mujeres valientes incomodan; si son “locas” geniales resultan desafiantes, a las ingobernables se les estigmatiza: “están perturbadas”. La locura se parece a la insumisión cuando se acerca a los márgenes de las convenciones.

Sinéad nunca se victimiza, por más dolores que se atraviesan en su camino. La diagnostican con trastorno bipolar. “La enfermedad mental es como las drogas, no le importa nada quién seas”, escribe. Ella sigue haciendo música. Graba una decena de discos. Su voz sigue ahí. Leí en un libro de médicos sobre salud mental: “En nuestras sociedades solo el cuerpo tiene derecho a enfermar, mientras que todo trastorno de la mente es locura. Se alimenta el estigma y se discrimina a aquellos que no entran en el esquema de que solo las personas sanas pueden ser felices y plenas”.

Sinéad hace de su arte y su congruencia un manifiesto feminista. Cuando Miley Cyrus quiere romper su imagen de niña linda de Disney y hace un video clip “atrevido”, dice inspirarse en la artista irlandesa. O’Connor le escribe en una carta que no se deje engañar: “El verdadero empoderamiento de una mujer consistirá en negarse en el futuro a explotar su cuerpo o su sexualidad para que los hombres generen dinero con ella (…) No somos meros objetos de deseo”.

Un día dijo que su misión era “rescatar a Dios de la religión”. Y eso hace cuando canta

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