Hay verbos que ya casi no pronunciamos en el espacio urbano. Difícilmente nuestro cuerpo se detiene, se pierde, juega, o se permite vagar en silencio y sin rumbo fijo. Si no participamos en una marcha, un paseo o una procesión, solemos transitar en la vida cotidiana de un lado a otro de la ciudad como zombis, con la vista perdida, probablemente, en la pantalla del celular. Entonces una escultora decide sembrar un bosque escultórico en pleno centro de la Ciudad de México para que recuperemos la atención y la conciencia del paisaje externo, pero también del interno, que solemos extraviar.

Desde que pones un pie dentro del Museo Kaluz, la instalación te atrapa. En el patio central de lo que fuera la Antigua Hospedería de Santo Tomás de Villanueva en el siglo XVIII y después el Hotel de Cortés en el siglo XX, te acoge el Bosque de las columnas, de Paloma Torres. Columnas que también son obeliscos, árboles, capiteles, pedestales, pilastras, tótems… formas verticales con dirección al infinito que, en conjunto, te invitan a un recorrido consciente para perderte unos minutos en la libertad y el goce estético.

La instalación de Paloma Torres está llena de ecos: los de la sala Hipóstila del templo de Amón en Karnak que una vez le quitó el aliento; los del templo de las Mil Columnas en Chichén Itzá que le impactó, el de las columnas en la Mezquita de Córdoba, el de la “Columna del Infinito” de Brancusi y también de exposiciones y presencias suyas como aquella en el Museo del Cancillería, la de Bellas Artes, la del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) o la que realizó para Arabia Saudita. Siempre con la columna en el centro, como tema y como obsesión estética. Ya sea en cerámica y barro, madera, piedra o metal, es la forma constante en su proyecto artístico.

Pero también hay un eco de su taller. Donde la columna ha bajado del pedestal para arraigarse en el suelo. Como los árboles que forman parte de su memoria. Vemos el tronco de aquel que fue una jacaranda gigante en la casa de sus padres en San Ángel. Cuando se cayó, la escultora pidió que se lo guardaran, lo intervino y hoy exhibe toda su belleza en forma de columna en medio de un bosque escultórico. Así empezó a ensamblar todos los árboles de su infancia; acá una ceiba, allá una mora, escaparon el destino de hacerse leña para convertirse en obra de arte y memoria, como símbolo de conmemoración y sostén de nuestros espacios. La columna vertebral, que sostiene nuestros cuerpos erguidos, también es un elemento clave en la concepción de su obra.

A partir de la destrucción masiva de la naturaleza que la humanidad ha cometido y de la deforestación para construir las ciudades, Paloma Torres emprende una reconstrucción de tipo espiritual en su bosque de columnas. Reflexiona acerca del paisaje urbano como un alimento del espíritu de la sociedad: “Una persona que vive en el bosque no piensa igual que una que vive en el mar ¿Por qué hay tanta violencia en nuestras ciudades? Porque vivimos en espacios muy reducidos donde no tenemos arraigo o pertenencia, donde amaneces y sales a un entorno terrible, traslados de dos o tres horas, ruido, contaminación, te vuelves una persona enajenada. La ciudad debe tener la virtud de provocar ciudadanos inteligentes y creativos”.

La escultora tiene razón cuando dice que el suyo es un bosque encantado. Y hay que visitarlo estos últimos días de la exposición porque pronto se irá a otros jardines. O a buscar frondas, con las que ya sueña Paloma en su taller.

Google News

TEMAS RELACIONADOS