Un elemento que no falta en ningún rincón de la Ciudad de México son los carros. Por supuesto, la variedad hoy en día es increíble: económicos y deportivos, sedanes y familiares, de carga y de pasajeros, del año, ochenteros, dosmileros y, con suerte, se puede apreciar de vez en cuando algún modelo antiguo o clásico.

Más allá del hecho de tener coche propio o no, queda claro que son parte del paisaje de casi cualquier ciudad del mundo, por lo que es normal que no todos muestren emoción por el automovilismo. Esta entrega de Mochilazo en el Tiempo recuerda la década de los años 20, cuando los vehículos aún eran la sensación en cada calle que recorrían.

“Si el hombre hizo máquinas, éstas le volvieron chofer”

El año de 1926 los carros con motor de gasolina ya no eran un invento desconocido, desde 1923 había suficientes en el entonces Distrito Federal para inaugurarse una pista de carreras en Chapultepec. Sin embargo, resulta curioso que en 1926 se publicaron más artículos y reportajes para interés de los automovilistas.

Aunque sería difícil comprobar si marcó la tendencia o si sólo fue el primero en animarse a escribir de la pasión por los autos, el cronista y poeta Salvador Novo (1904-1974) publicó el 26 de enero su Elogio del Automóvil en nuestra antigua revista semanal Ilustrado.

El también integrante del grupo intelectual Los Contemporáneos confesó que para él, quien llegó a la capital como un adolescente desde el interior de la República, los autos resumían mejor que nada la ambición y realización del progreso.

Explicó que en esos ayeres las cosas le interesaban por su forma de relacionarse con las personas, como las bicicletas, que “le desarrollaron las piernas” a quienes las usaban. Por eso, dijo: “Si el hombre hizo máquinas, éstas le volvieron chofer”.

Aunque hablamos del DF hace más de 100 años, ya había variedad en el transporte urbano: trenes que cruzaban el país de costa a costa, tranvías a motor y desde carretas hasta camiones de tracción animal, como los tranvías de mulitas o las diligencias.

Para Novo el carro era distinto a todos ellos: los carruajes acarreaban “caballos muertos de hambre” y los tranvías “esclavos del riel” esclavizaban a su vez al conductor y al checador de boletos en tareas tan monótonas como las mismas vías.

La realidad de miles de mexicanos cambió, dijo don Salvador, cuando “…la gente salía de sus casas a presenciar el primer automóvil que llenaba de tinieblas su tránsito” y no dejó de recordar que “con la Revolución, por fin, hubo ya tantos coches como generales”.

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