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Maura hurga entre barriles rebosantes de frutas o verduras, algunas se deshacen en sus manos de maduras. Es lo que llevará a casa para pasar la semana; desgaja una mandarina que levantó del piso en el primer pasillo de la Central de Abasto.

“¡Está bien buena!”, dice la mujer de 65 años de edad, quien junto con su nuera ha llenado un par de “arpillas” con cebollas, tomates, chiles, limones, naranjas, una papaya y manzanas.

“¡Todo está bueno!, algunas cosas están golpeadas o ‘magulladas’, maduras. El jitomate que está muy maduro hay que hervirlo o hacerlo en salsa para que aguante”, asegura.

Ella vive en la colonia marginal de Jacinto López, de donde toma un camión para ir a pepenar alimentos a la central. Con lo que junta tiene para comer y le comparte a sus hijos y nueras.

Una hija le da 200 pesos semanales para su gasto, que tiene que hacer rendir. Maura afirma que mucha gente anda en la pepena.

Aquí van dejando ‘molotitos’, apunta con su mano hacia varios costales con verduras y frutas recolectadas que otros pepenadores han recargado bajo un árbol del camellón.

Juana Servín se mueve en una silla de ruedas que empuja su esposo Magdaleno Ibarra, levantando latas, costales, botellas de pet, y en los locales les regalan vegetales. Otros comestibles los rescatan de los contenedores.

Comparte con Magdaleno un trozo de una papaya que sacó de un bote, que limpió y peló con su mano.

El matrimonio sobrevive de lo que recolecta en el mercado; Juana, de 56 años de edad, tiene discapacidad por un problema en la columna que le impide caminar y usa una sonda a causa de un problema en la vagina. Su marido, de 60 años, ve con dificultad por “una mancha” que tiene en un ojo, por lo que dejó su trabajo de albañil, en espera de que en el DIF estatal le den una cita para que lo puedan operar.

La pareja acude a la Central de Abastos una vez a la semana desde la colonia León II, donde viven en un terreno que les prestan. De ahí se llevan “frutita, verdurita, frijoles y algunas pastas”, y de lo que juntan lo reparten a su hija que también está muy pobre, con su marido enfermo por un infarto que sufrió.

A unos metros de distancia, Natividad coloca en una caja un racimo de plátanos pintos y una papaya que encontró en un barril; cada tercer día se desplaza desde la colonia 10 de Mayo a la Central de Abastos para juntar comida para sus cinco hijos.

Tiene 51 años y afirma que no encuentra empleo por la edad, antes trabajaba en el camión de recolección de basura o barriendo las calles, pero le tocó que lo corrieran desde hace más de dos años, cuando la anterior administración municipal otorgó la concesión a una nueva empresa.

“De lo que hay aquí de comida alcanza para muchos, sólo se muere de hambre el que no quiere venir”, comenta.

Natividad también recorre las calles de la ciudad recogiendo cartón, botellas, botes, aluminio. “Vivimos de lo que otros tiran”, afirma.

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