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En el ambiente hay silencio. Las calles de distintas zonas de la capital del país no tienen su transcurrir normal. Las personas caminan y platican en voz baja. Se siente miedo y preocupación por lo qué pasó el martes con el sismo de 7.1 grados y que derrumbó varios inmuebles.

Poco a poco los ciudadanos comienzan a salir de sus casas a tratar de hacer su vida normal. Sólo los negocios de comida ambulantes y algunas empresas abrieron.

Parece un día inhábil, las calles lucen semivacías. Hay poco tráfico y muchas dependencias federales tampoco abrieron.

La mayoría de los capitalinos decidieron quedarse en sus hogares, como en el caso de Patricia Ceja, quien vivió “un infierno” el martes desde el tercer piso de la casa de sus padres. “¿Para qué salimos...? Mejor nos quedamos en casa, pendientes de que vaya a haber una réplica, tenemos miedo”.

En el Centro de la capital la mayoría de los negocios están cerrados. Por ejemplo, en el Vips de Fray Servando hay sólo tres mesas ocupadas. Incluso, mejor acuden las personas a donar víveres que a consumir alimentos.

Gustavo Alvarado trabaja en una tienda de electrodomésticos y muebles y comenta que no tuvo ningún cliente ayer, por lo que decidieron cerrar a las 17:30 horas.

Bryan es repartidor de un restaurante de comida rápida y señala que ayer apenas tuvieron 15 clientes y sólo dos entregas a domicilio, cuando normalmente atienden de 15 a 20.

El fantasma de 1985. La sociedad capitalina no logra superar la tragedia. El fantasma de la devastación del terremoto del 19 de septiembre de 1985 sigue latente en las personas ante una réplica del sismo de 7.1 ocurrido el martes.

Una mujer y su hijo que acuden a un derrumbe en la colonia Obrera desde Tultitlán, en el Estado de México, dice: “Ni para poner música. Me siento apretada del corazón. Somos más los buenos que los malos”, mientras trata de acceder a la zona acordonada.

Israel Mejía tiene 52 años y es dueño de un puesto de dulces cerca de la avenida Tlalpan.

Relata que ayer miércoles fue un día tranquilo, pues no hubo mucho movimiento, pero percibe tristeza en sus clientes.

“Hay mucha tristeza. La venta está tranquila, la gente tiene miedo y no sabe qué va a pasar. Así pasó en el 85; yo estaba aquí y tembló muy fuerte. Yo no soy tan miedoso para los temblores, pero ayer (martes) sí me eché a correr. Todo el pueblo mexicano está muy triste”, relata el hombre mientras vende un cigarro.

En la noche. Las familias comenzaron a salir tarde, pero para llevar apoyo a las zonas siniestradas. Camionetas, diablos y motos sirvieron como transporte. Este jueves se cumplirán 48 horas de la tragedia y aún no hay cifras definitivas de los daños.

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