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L as balas “se escuchaban por la derecha, por la izquierda, por frente, por detrás, por todos lados y eran de diferentes calibres”. Varios de los proyectiles impactaban en personas que caían mientras José González corría, fue el fatídico 2 de octubre de 1968.

Algunos tropezaban entretanto que él y algunos de sus compañeros estudiantes daban al suelo para librarse de la muerte y pretender “ilusamente” llegar al edificio Chihuahua para salvar a los líderes del Consejo Nacional de Huelga (CNH), que se encontraban dirigiendo el mitin, entre ellos David Vega, delegado del IPN, y Luis González de Alba, de la Facultad de Filosofía y Letras.

José González, quien en el movimiento estudiantil de 1968 era brigadista de la Facultad de Derecho de la UNAM, sobrevivió a los hechos violentos en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco gracias a que corrió y a que una vecina de esa unidad habitacional lo escondió con otros jóvenes más.

Después de más de 25 años de no pisar este sitio, y a medio siglo del movimiento, el hombre de 73 años muestra en entrevista con EL UNIVERSAL el pantalón que llevaba puesto ese día, el cual se rasgó y manchó de sangre en medio del caos; enseña volantes iguales a los que durante meses repartió a la gente aquel año. Son los recuerdos de una etapa de su vida que no olvida, objetos que atesora.

Con la matrícula de la UNAM 6201043, el entonces estudiante de sexto semestre de la Facultad de Derecho recuerda que se había unido al movimiento estudiantil en julio de 1968 después de conocer que militares habían destrozado la puerta de San Ildefonso de la Preparatoria 1, algo que le indignó, al grado de dejar los libros de Derecho Penal para unirse al movimiento y difundir las demandas del Consejo Nacional de Huelga.

González se encuentra en la lateral del Eje Central Lázaro Cárdenas, donde el 2 de octubre de 1968 se observaban tanques del Ejército. Mira frente a esa avenida, así como a la Plaza de las Tres Culturas y el edificio Chihuahua, para después comenzar a caminar hacia esa explanada, donde relató lo que acaecido hace 50 años.

Recuerda que esa tarde él cargaba un impermeable “por si llovía”, que vestía un pantalón gris que aún conserva y unos tenis blancos “porque servían mucho cuando teníamos que correr huyendo de la policía”. Además, como su familia compartía los mismos ideales de justicia, sus padres asistirían al mitin en esa unidad habitacional; habían acordado verse en el centro de la plaza, pero finalmente ellos no llegaron.

“Ese día vine con un amigo de la escuela, Rafael Chong, y su hermano Jesús; dejamos estacionado su carro en la colonia Guerrero y nos dirigimos hacia la plaza. Eran como las 17:30 horas. Entramos justamente al lado de la pirámide y vimos que estaba rodeada de tanquetas y militares.

“No se nos hizo raro, era algo habitual porque nos amedrentaban con camiones de ganaderos, pero sí había una cantidad excesiva, algo que nunca habíamos visto”, narra.

González camina y no deja de relatar, su dedo índice derecho señala el camino que siguió esa tarde junto con sus amigos para escuchar a los oradores del CNH quienes se encontraban en el tercer piso del edificio Chihuahua. Sin embargo, el ver desplegados a tantos militares a él y a sus amigos los hizo pensar en no ir a la Plaza de las Tres Culturas y volver.

“Pero no, dijimos, ya estamos aquí, hemos estado en la lucha y no creo que sean capaces de hacer más de lo que ya han hecho, porque para ese entonces se contabilizaban varios muertos, heridos y presos que habían estado en el movimiento”, comenta.

Ejército desplegado. Casi al llegar a la explanada de la plaza, cuenta que “había un ambiente muy festivo, de mucha gente, de estudiantes, profesores y pueblo en general. Atravesamos la explanada, nos ubicamos en las escaleras frente al edificio Chihuahua, los oradores estaban en el primer balcón, había un compañero del IPN informando que se suspendía la marcha que íbamos a hacer rumbo al Zócalo, dado el despliegue de las fuerzas militares y de policías”.

“No corran”. Relata que el mitin del CNH llevaba 20 minutos de transcurrido. Miró hacia el cielo y observó un helicóptero de donde salió una bengala. “No le presté atención, pero en ese momento sonaron disparos y ahí en el balcón donde estaban los líderes del CNH se comenzaron a ver fogonazos, todos los que estaban ahí desaparecieron o los agacharon.

“La gente comenzó a correr. En un principio yo les gritaba: ‘¡No corran, no corran, vamos a juntarnos para que no nos agarren!’, pero la situación comenzó a desquiciarse. Me dirigí a las escaleras en el centro de la plaza, mi amigo Chong y su hermano dijeron: ‘Vámonos’. Nos salimos , entonces les dije que se esperar tantito, pero ellos se fueron y yo me quedé. En la plancha vi que venía un grupo de soldados de infantería con rifles, venían marchando, empujando a la gente con la bayoneta calada”, dice.

Mueve las manos y recrea la forma en que los militares llevaban las armas y cómo movían a la gente. También recuerda que los disparos de armas continuaban escuchándose.

“Los balazos se escuchaban por la derecha, por la izquierda, por frente, por detrás, por todos lados. Eran de diferentes calibres porque había unos que se escuchaban más fuertes que otros y además se escuchaban unas ráfagas de ametralladoras.

“Todos corrían por todas partes, yo decía que no podían estar disparando: ‘No pueden ser tan criminales, estamos indefensos’. Vi pasar a un compañero que estaba sangrando de la cabeza y me vino una sensación como nunca antes la he tenido de saber por dónde me pueden dar, algunos caían, no sé si las balas los alcanzaban o simplemente tropezaban”, describe.

Frente al arma de fuego. Continúa la narración: “Corrí con varios compañeros a tratar de entrar al edificio Chihuahua con la idea ilusa de salvar a los líderes del CNH, pero nos encontramos con un agente, no sé si era judicial, pero era un agente vestido de civil, traía en la mano una pistola escuadra calibre 45, me apuntó directo a la cabeza, y nos dijo: ‘¿Quién es el primer hijo de la chingada que sube?’ Ahí me quedé estático”.

Han pasado cinco décadas y José nuevamente entra al emblemático edificio, ahí no se permite grabar si no se pide permiso a la administración del inmueble. Comenta que al ver al agente civil apuntándole, decidió retroceder y correr para salvarse.

“Salí corriendo del edificio y doblé a mano izquierda para salir a Reforma. Ahí había unos soldados muy agresivos que nos gritaron: ‘¡Párense!’, pensé en pararme, pero recordé cómo durante el movimiento golpeaban a mis compañeros y me dije: ‘Agárrame si puedes’. Mantuve el paso, recuerdo que un muchacho con una gabardina negra se cayó, no me quedé a ver si se había tropezado o le habían dado. Me metí por unas jardineras para perderlos”, relata.

En la charla con EL UNIVERSAL, caminaba por Tlatelolco y señaló las jardineras en las que tuvo que perderse y salir a donde se ubicaba el edificio Nuevo León, el cual se cayó en el sismo del 19 de septiembre de 1985.

Ahí, junto con otros jóvenes que trataban de huir, tocaron varias puertas de departamentos para que se pudieran esconder. En un principio nadie les hizo caso. “Hasta que una señora nos abrió, nos metimos. Éramos como 15 los que entramos, pero ya adentro había como 20 compañeros, entre ellos tenían tendido a un muchacho como de 20 años en el piso de la sala, tenía un agujero en la tráquea, respiraba con dificultad. Tratamos de lavarle la herida con loción, porque la señora no tenía alcohol.

“La mujer tenía una hija de 12 años, a la que mandaba constantemente para que avisara si ya no había soldados. Bajó varias veces y ahí seguían, hasta que al fin la pequeña informó que ya no había militares. En ese momento les dimos las gracias a la señora y nos retiramos para no comprometerla y, junto con otro compañero, bajé al joven herido, lo subimos a un taxi y cada uno se dirigió por su camino”, explica.

Señala el camino que siguió para huir de la zona de Tlatelolco. Recuerda que se fue rumbo a la Calzada de los Misterios, tratando de no despertar sospechas, pero a tres cuadras se encontró nuevamente con un grupo de militares.

“Estaba lloviendo y vi que tenía el pantalón roto y ensangrentado, pero no sentía dolor, creo que fue cuando trataba de escaparme y con algo me rasgué y se me rompió el pantalón. Me puse mi impermeable para que no vieran que estaba herido.

“Al pasar por la tanqueta observé que tenían unas carabinas M1 o M2 arrumbadas, sin vigilancia, era tal mi rabia, mi coraje de lo que había pasado, que quise agarrarles y dispararles, pero a medio metro de tomarlas, reflexioné y decidí no hacerlo, porque no sabía usarlas, no sabía cómo disparar o si estaban cargadas. Me fui y adelante una pareja me dio un aventón a Insurgentes y de ahí me fui caminando a mi casa”, refiere.

Luego de que González llegó a su casa, ubicada en la delegación Azcapotzalco, sus padres lo abrazaron, llorando porque no sabían si había logrado salir vivo. Le dijeron que intentaron llegar al mitin, pero no pudieron ingresar a la Plaza de las Tres Culturas porque los soldados cerraron la calle y se regresaron a su hogar.

Esa misma noche González decidió no continuar en el movimiento estudiantil, “porque la única que quedaría con un gran dolor sería mi mamá”. Unas semanas después, agentes de una patrulla se detuvieron frente a su casa y preguntaron por él: “Dijeron que no me iban a detener, sólo querían hacerme unas preguntas. Obvio no salí, pero ocasionó que me fuera unos meses a San Diego, California, mientras pasaba la fuerte represión que había”.

Les toca luchar a los jóvenes. A un costado de la Estela de Tlatelolco, monumento que se levantó en 1993 en conmemoración del movimiento, González carga los mismos pantalones que usó la tarde del 2 de octubre de 1968, los que guardó como testigo de lo que vivió, no sólo esa tarde, sino durante semanas.

A medio siglo de los hechos que marcaron al país, el ex brigadista de la Facultad de Derecho pide a las nuevas generaciones que no olviden lo que se hizo en esos momentos, sino que lo tomen como ejemplo para que ellos también luchen por un mejor país.

“El joven es idealista por naturaleza, es la etapa más bella del ser humano, porque es donde hay un espíritu auténtico, puro, que lucha por la igualdad, la justicia y la libertad. Sigan luchando para que tengamos un mejor país donde la democracia y el bienestar por fin estén en nuestra sociedad, motivos por los que luchamos miles de jóvenes en el 68. Ahora les toca a ustedes”, sentencia.

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