Aquí las mujeres caminan detrás de los hombres, cubiertas de pies a cabeza. Una cerveza Corona cuesta 300 pesos y el agua es tan limpia que se puede beber de la llave y se regatea hasta en las tiendas establecidas. Es Doha, la capital de Qatar, sede de la Copa Mundial de Futbol FIFA 2022.

El calor es húmedo y al mínimo contacto con los rayos del Sol, la piel arde: el termómetro llega a 30 grados durante la tarde y por la noche alcanzará 22. Para muchos habitantes de la Ciudad de México esta temperatura es una jornada calurosa de pleitos en el Metro, sudor, tráfico sofocante y puro mal humor al viajar en la combi.

En el mapa, Qatar se ve como un islote en el oeste de Asia, rodeado por el golfo Pérsico y conectado a tierra únicamente por su frontera con Arabia Saudita. Con 11 mil 586 kilómetros de extensión, este país es más pequeño que Querétaro, pero es la nación más rica del mundo: su Producto Interno Bruto es de 127 mil dólares anuales, siete veces más que México.

Aquí, la moneda oficial es el rial o real y cada uno equivale aproximadamente a cinco pesos mexicanos. Las monedas son poco comunes y lo que más se ve son los billetes decorados con motivos árabes en tonos turquesa, verde, rojo y naranja de uno, cinco, 10 y 20 riales.

A pesar de su tamaño, Doha concentra algunos de los rascacielos más altos del mundo, como la Aspire Tower, que mide 300 metros de alto: tres veces el Ángel de la Independencia y 4.4 veces la altura del Monumento a la Revolución en la CDMX.

Esta nación se encuentra a 14 mil kilómetros de la capital, lo que representa casi 20 horas de vuelo para llegar; pero más allá de lo geográfico, la distancia es cultural.

Qatar, donde la mujer camina detrás del hombre
Qatar, donde la mujer camina detrás del hombre

El idioma oficial es el árabe, pero una gran mayoría de las personas que trabajan y viven aquí, sean qataríes o no, se comunican en inglés. El gobierno de este país conocido como “la perla del golfo” no se rige por la democracia como en México, sino por una monarquía. Una sola familia, la del emir Tamim bin Hamad Al Thani, ha reinado desde el siglo XIX, cuando el país dependía de Reino Unido y todavía no había descubierto sus reservas de gas natural y petróleo, que lo han hecho una de las naciones más ricas y poderosas del mundo.

Además, en medio de un bloqueo económico que es percibido como un atentado a su soberanía, los qataríes han colocado la imagen del emir en todos los lugares posibles del espacio público: en los parabrisas de automóviles, autobuses y taxis, en playeras que se venden a los locales, estampas, fundas para el celular, fotografías, retratos al óleo y a lápiz, e incluso globos inflados de helio con forma de corazón que los niños portan en la calle.

Es como si en México la gente saliera a festejar el 15 de septiembre vistiendo playeras que llevan impresa la cara del Presidente, en lugar de sus camisolas de la selección nacional de futbol.

Para los locales, señala Habib, agente de relaciones públicas de 38 años que vive en Doha, el bloqueo económico de los saudíes va detrás de las reservas de gas natural que tiene Qatar por 85 mil millones de metros cúbicos.

Qatar, donde la mujer camina detrás del hombre
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Regatear es la norma

Aquí hay pocos lugares de convivencia pública: los locales y turistas visitan los centros comerciales donde se venden marcas de lujo reconocidas en todo el mundo.

Para los turistas, una de las visitas más comunes es el mercado o Souq Waqif, que se encuentra en el centro de Doha, donde se pueden encontrar especias, artesanías, telares, dulces, ropa típica y establecimientos dedicados exclusivamente a que la gente beba té y fume tabacos de sabores en las pipas narguile, conocidas como shisha, actividad que ellos llaman “shi”.

En el mercado, las tiendas no son sólo qataríes: se venden productos de Irán, Irak, Siria e India, principalmente y se pueden encontrar desde llaveros para turistas hasta manuales en árabe, inglés, francés y portugués para comprender El Corán y el Islam. Y por supuesto, es posible regatear.

El proceso inicia con un comprador indeciso y una calculadora. El vendedor observa y va apartando los productos de interés: cajitas de papel maché pintado a mano, lámparas de colores, telas y cojines bordados, billetes antiguos, bisutería de alpaca y azulejos elaborados de manera artesanal.

Cuando el comprador no busca nada más, el vendedor hace la suma total y ofrece una pequeña rebaja; si el interesado no acepta, el vendedor vuelve a ofrecer.

El comprador vuelve a hacer una mueca y el vendedor toma de nuevo la calculadora y marca otro descuento. La negociación termina cuando el comprador considera que encontró un buen precio o cuando el vendedor llega a un punto de inflexión.

También está Katara, un espacio comercial menos visitado por los turistas donde se encuentran el museo del halcón, animal típico de Qatar; una cafetería temática de la agencia noticiosa oficial del gobierno catarí, Al-Jazeera; la mezquita dorada a donde sólo se permite el acceso de hombres, y restaurantes colocados a lo largo de la bahía, con botes y barcos encallados en recuerdo del pasado pesquero de estos nuevos ricos del petróleo.

Tomar fotografías y videos en la calle no está prohibido; sin embargo, es necesario ser muy precavido al usar una cámara para evitar que en la toma salgan mujeres.

En este país las leyes nacionales se rigen por los dictados del Corán; de ahí que cinco veces al día se escucha por bocinas colocadas en toda la ciudad el llamado a la oración, el cual dura tres minutos.

En ese momento, los varones musulmanes están obligados a interrumpir sus actividades, hincarse en el suelo y orar volteando en dirección a La Meca.

Qatar, donde la mujer camina detrás del hombre
Qatar, donde la mujer camina detrás del hombre

Por lo general, las mujeres cataríes usan chadores: vestidos elaborados de una tela negra muy porosa que las cubren de la cabeza a los pies y sólo dejan ver el óvalo de la cara, las manos y los pies debajo del tobillo; el uso de la niqab también es muy común, esta prenda, también de color negro, sólo permite que a la mujer se le vean los ojos.

Es por esta razón que a pesar de no estar prohibido, se considera mal visto que las turistas utilicen vestidos o faldas por arriba del tobillo, ceñidas al cuerpo o que sean de manga corta: los escotes, las pantorrillas al aire y los ombligos desnudos de las turistas se consideran una grosería y de usar esta ropa, una mujer se puede exponer a que cualquier persona la reprenda públicamente o en la calle.

En Qatar está prohibido el consumo de bebidas alcohólicas para los qatarís y los residentes extranjeros de religión musulmana. Sólo se puede comprar alcohol en una única tienda localizada en Doha y para hacerlo es necesario que el residente tenga una licencia especial, personalizada con nombre y fotografía que le autoriza su empleador y registra la cantidad de alcohol que se compra al mes. Esta cantidad no puede superar los 2 mil 500 “rials” o reales, la moneda local.

En esta tienda especial, localizada a la salida de Doha frente a la única iglesia cristiana ortodoxa que existe en la ciudad, un cartón de 24 cervezas Corona cuesta 250 rials, el equivalente a mil 300 pesos. Los turistas pueden beber alcohol, pero sólo en los hoteles donde una cerveza mexicana “de media” cuesta 54 rials, alrededor de 300 pesos.

Aquí no hay bicicletas y está proyectado comenzar la construcción de las primeras líneas del Metro en 2020, para que estén listas de cara al mundial de futbol; mientras tanto es difícil y peligroso caminar porque no hay pasos peatonales para atravesar las autopistas.

“Una de las cosas que más me impresionó cuando llegué a vivir aquí es que no hay lugares para caminar. En mi tierra hay mucho ruido, mucha gente, están los mercados. Aquí no es así. Lo que más extraño es la vida familiar”, platica Ismail Fayed, profesor de inglés en la Universidad de Qatar quien llegó de Egipto hace cinco años.

Un sueño para extranjeros

Entre 80% y 85% de la población es extranjera. Esto quiere decir que de los 2.57 millones de habitantes que tiene Qatar, 2.18 millones provienen de otras naciones árabes, asiáticas y africanas como Egipto, India, Paquistán, Nepal, Uganda, Rwanda, Filipinas, Malasia, Túnez y Marruecos. Aquí no existe la inmigración ilegal: los trabajadores son contratados por las empresas directamente y llegan con visa de trabajo.

El empleador tiene la obligación de proveer servicios de salud, transporte, acomodamiento, ya sea un espacio físico o dinero para la renta, y un boleto de avión para regresar a su país cada dos años. El sueldo varía dependiendo del empleo y la negociación inicial; por ejemplo, para un taxista o una trabajadora doméstica que viva con la familia, puede variar desde 222 hasta 400 dólares mensuales, entre cuatro y 8 mil pesos, por jornadas de 12 horas diarias.

Hamid Hamsa llegó a Doha hace cinco años en búsqueda de un mejor sueldo que le permita ahorrar y poner su propio negocio en la India, su país de origen. Ahí lo esperan su esposa, Iliana, con quien se casó gracias a un matrimonio arreglado, pero de quien se enamoró, y su bebé de siete meses.

Trabaja como taxista, pero es independiente lo que le da ciertas ventajas como tener su propia licencia para comprar y consumir bebidas alcohólicas y no necesitar el permiso de un empleador para salir del país. “Necesito más dinero. Si trabajo aquí 15 años podré regresar a mi país e iniciar allá un negocio”, dijo.

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