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Héctor Quiroz ha dado clases desde hace 52 años en la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Con tanto tiempo transcurrido, un emeritazgo como reconocimiento a su labor de investigador y varias estancias internacionales, este profesor de 81 años recuerda el momento exacto en que descubrió su vocación por la docencia.

Reconocido como uno de los grandes parasitólogos que ha dado México, Quiroz Romero se crió en la Ciudad de México en una colonia cercana a Mixcoac donde su madre dirigía un pequeño colegio privado, lo que le permitió entrar en contacto con la labor educativa y, al mismo tiempo, con animales de rancho. Hijo de docentes, el joven Héctor aprendió a enseñar y encontró las que han sido sus grandes vocaciones: la docencia y el estudio de los parásitos que afectan a los animales.

El profesor Quiroz se graduó en la antigua Escuela Nacional de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM, donde estudió desde 1957 hasta 1961. Inició su carrera como profesor e investigador; su primera oportunidad de trabajo la obtuvo como ayudante de profesor en la UNAM y posteriormente ascendió a la categoría de profesor de asignatura. Desde entonces no ha dejado de dar clases, primero a licenciatura y ahora a estudiantes de posgrado, principalmente de maestría y doctorado.

Desde ese entonces, cada que había un periodo vacacional en la UNAM sentía que “algo” le faltaba, situación que se resolvía con el regreso a clases: años después descubrió que lo que extrañaba era la convivencia con sus estudiantes. Comenzó a leer textos sobre pedagogía y sicología para tratar de aprender más sobre sus alumnos y ser mejor maestro.

Al profesor Quiroz Romero todavía le tocaron las épocas de “gis y pizarrón”, como él las llama, cuando los maestros tenían que investigar en biblioteca y leer durante horas para poder dar sus clases; el único acompañamiento y apoyo que tenía eran las guías que él mismo preparaba para no salirse demasiado de los temas. Desde entonces, entiende la vocación como “algo que le sale a uno de dentro. Me gusta y creo que lo hice medianamente bien, porque mis alumnos me decían que les daba buena clase”.

Después de cumplir 81 años, el profesor continúa dando clases, aunque no al mismo ritmo de sus inicios, cuando dirigía prácticas de campo.

“He tenido muchas satisfacciones como profesor, pero la primera es haber colaborado en la formación de alguien, que luego ya lo veo y se casó, tiene un trabajo y es un miembro positivo de la sociedad: hombres y mujeres de bien que se esfuerzan y trabajan. Saber que uno ayudó un poquitito en la formación de alguien positivo para la sociedad, que comparte valores y que es una semillita que está germinando en otro campo”.

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