“Le tengo miedo a las armas de fuego porque son muy peligrosas…”, escribió Jair cuatro años antes de morir víctima de una bala perdida que impactó en su cráneo durante las fiestas patronales de Laguna de San Vicente, en Villa de Reyes, San Luis Potosí, en 2015, cuando él tenía 16 años de edad y estudiaba en el Conalep.

A tres años de su muerte, el delegado federal de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (Ceav), Óscar Candelas Reyes, presentó su renuncia puesto que se le señaló por incurrir en conflicto de interés al figurar como defensor particular de Javier “N”, único imputado por el homicidio de Jair.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenó la reparación del daño a sus padres puesto que, a pesar de que la comunidad solicitó auxilio policial preventivo para la realización de la fiesta patronal, no había ningún elemento para brindar seguridad y evitar la tragedia de la que Jair fue víctima.

Ante ello, el pasado 15 de mayo la Ceav informó que atenderá la resolución de la Corte conforme a lo establecido en la Ley General de Víctimas.

“En los próximos días, iniciará un diálogo abierto con las víctimas de la entidad para la construcción de un método de selección de mejor perfil para ocupar la representación de la Ceav en dicha entidad”, afirmó el organismo encabezado por Jaime Rochín.

La muerte del adolescente derivó de una riña entre otras personas a quienes él no conocía. Además de la falta de policías, tampoco había ambulancias o autoridades de Protección Civil para atender cualquier eventualidad.

Sus padres y su hermano de nueve años lo extrañan y lo recuerdan con cariño. Jair tuvo otro hermano de siete meses al que no conoció.

Dos semanas antes de la fiesta patronal de Laguna de San Vicente en 2015, el juez auxiliar de la comunidad Pedro Sánchez Guanajuato, solicitó al entonces presidente municipal de Villa de Reyes, José Piedad Galicia Chiquito, apoyo con vigilancia para el festejo del 23 y 24 de mayo de ese año.

“Esto, con la finalidad de que haya seguridad para los habitantes y los alrededores de la comunidad y así se lleve a cabo una tradicional fiesta en armonía y tranquilidad”, solicitó Galicia Chiquito, quien no obtuvo respuesta.

En entrevista, María Delia Martínez Martínez, mamá de Jair, relató que ese domingo 24 de mayo de 2015, su hijo salió por la mañana a jugar futbol y, por la tarde, una de sus amigas lo invitó al cine y quedó con su mamá de regresar entre nueve y 10 de la noche.

“Mi niño era bueno, llevaba buenas calificaciones, le gustaba mucho la escuela, tenía muchos reconocimientos de los primeros lugares que sacaba en aprovechamiento”, recordó Delia Martínez.

Jair llegó a la hora acordada, pero para encontrarse con su mamá en casa de su abuela paterna debía cruzar la plaza en la que se celebraba la fiesta patronal.

Antes, decidió ir a la iglesia para ver a la Virgen de María Auxiliadora, santa patrona de la comunidad.

Frente a la parroquia, un par de jóvenes inició una riña. En el tumulto, uno de ellos, Javier “N”, sacó un arma y disparó para abrirse paso. Una de las balas le tocó a Jair.

“Él se quedó tirado afuera de la Iglesia, yo estaba con mi suegra que vive cerca de ahí y un primo de mi esposo llegó a avisarme, me dijo: ‘córrele porque ya le pegaron un balazo a Jair’.

“Me fui corriendo hasta donde estaba mi niño tirado. Había mucha gente con él tratando de ayudarlo, pero no había ambulancias para llevarlo al hospital de San Luis Potosí, ni policías, nadie. Nos fuimos en la camioneta de otro primo de mi esposo ya casi sin gasolina y cuando llegamos al IMSS, me dijeron que tenía muerte cerebral”, relató.

Delia considera que si ese día el municipio hubiera apoyado con vigilancia para la celebración de la comunidad, la riña entre los dos muchachos que acabó con la vida de su hijo no hubiera llegado a tal punto.

El padre de Jair tenía poco tiempo de haber migrado a Estados Unidos para buscar trabajo y enviar dinero a su familia, pero en cuanto le avisaron de lo ocurrido, dejó todo y regresó a casa a apoyar a su mujer.

Jair pasó 8 días más en el hospital, puesto que sus padres buscaron otras opiniones, entre ellas la del neurocirujano que le salvó la vida al futbolista Salvador Cabañas, quien en el año 2010 recibió un disparo en la cabeza en un bar de Michoacán.

“Nosotros pedimos otras opiniones y sí fueron varios doctores a verlo, incluso, por correo le pedimos ayuda al doctor Ernesto Martínez Duhart, el que operó al futbolista Cabañas. Le mandamos el expediente y su asistente nos respondió y dijo que el diagnóstico estaba confirmado, que ya no había nada que hacer”, cuenta Delia Martínez.

Jair estudiaba para convertirse en ingeniero y entrar a trabajar a alguna de las armadoras de autopartes que constituyen la principal industria y fuente de trabajo de la región.

Quería ayudar a sus papás y formar su propia familia. Soñaba con viajar y conocer el mar, dedicaba su tiempo libre a jugar fútbol y a contarle cuentos a su hermano.

Su muerte provocó que su padre no busque irse de nuevo. Ahora trabaja como albañil, mientras su mamá vende pollo en el rancho donde viven.

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