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“Somos pobres, no tenemos las posibilidades que otros tienen, pero tenemos corazón y nos duele”. Es así como Estéfana Fuentes Salas narra la angustia de tener a su hijo en el Hospital General de Balbuena por presentar quemaduras graves en su cuerpo, tras el sismo ocurrido este martes en la Ciudad de México.

Sentada en una banca fría, a las afueras del hospital, soportando el olor a indigentes que se resguardan en esa zona, de día y de noche, Estéfana se hace acompañar de otra vecina también afectada: su esposo presenta quemaduras de segundo grado.


Por ayudar a los demás. El descuido de una vecina al tener el boiler prendido provocó que pocos minutos después el tanque de gas explotara.

La mujer, dijo, “gritaba ‘¡ayuda, ayuda!’, y mi hijo caminaba por la calle, y por acercarse a ayudar se quemó”, compartió la afectada.

“Se fue a compadecer de esta señora, al igual que otro vecino, y mire lo que les pasó. A mi hijo todo por compadecido con tal de ayudar a la vecina y ahora ésta se hace la digna, y ya ni nos habla”, cuenta la señora que habita en la delegación Iztapalapa.

Mientras platica, un grupo de hombres y mujeres se acerca a ofrecer atole y pan dulce. También tortas y por lo menos 15 minutos después unos chilaquiles verdes con cebolla, acompañados de un bolillo.

Este pan, esta comida, dice, sabe a gloria y agradece la buena voluntad de la gente, ciudadanos sencillos que se solidarizan con los más necesitados.

Su hijo presenta quemaduras en cara, manos y brazos. Su nuera entró a bañarlo.

Fuentes Salas comenta que su hijo vive en la calle de Jardines de San Lorenzo, en la delegación Iztapalapa.


Traslado de emergencia. Minutos después del terremoto de 7.1 grados, fue ingresado al Hospital de Tláhuac y debido a su gravedad tuvo que ser trasladado en helicóptero al Hospital General de Balbuena. Ahí permanece.

“Yo digo que va a necesitar una terapia mi hijo y el otro señor que acudió al llamado de auxilio de la vecina. Están muy quemados”, lamentó.

Por lo menos Estéfana no está sola, la acompaña su comadre María Gloria Mondragón, mamá de su nuera.

Ambas lamentan que la vecina haya sido tan malagradecida, pues a la fecha, tres días después del sismo, ni siquiera se presentó para dar apoyo moral y tampoco se hizo cargo de los gastos. Ni siquiera un gracias se dio por parte de la responsable de la explosión.

“Sólo de acordarme cuando llegó mi hijo y justo en el momento en que iba a cerrar el gas junto con el otro señor todo les explotó, el señor de 32 años fue el más afectado”, rememora la mujer.

El afectado tiene seis hijos, la mayor de ellos está casada y de los otros uno está en la prepa, otro en la secundaria, una en el kínder y el más pequeño tiene dos años.

Aunque no sostiene económicamente a sus padres, doña Estéfana reconoce que a veces los apoya.

“Mi hijo es el sostén de su casa, a veces nos ayuda porque su papá ya no trabaja, le dio la enfermedad del Parkinson, ya come, se baña, pero antes sólo lo cargábamos. Yo le eché ganas, no nos queda de otra, qué hacemos”, dice mientras contiene el llanto.

La suegra también está preocupada. “Mi yerno tiene niños chiquitos, todos en la escuela y en la prepa. Ahorita no podrá trabajar. Mi comadre está enferma de la diabetes, se me puso malita ayer”.

Y no es para menos, aparte del dolor que sienten por tener a sus familiares hospitalizados, estos días los tienen que enfrentar durmiendo a ratos, atajándose de las lluvias, pasando frío por la noche y esperando que esta desgracia pase pronto.

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