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Para alguien que en dos ocasiones perdió la presidencia y acusó fraude, el infierno no existe. Ayer, 12 años después, la gloria llegó para Andrés Manuel López Obrador en forma de un “diploma” —como él mismo lo calificó— que lo acredita como presidente electo. La tercera fue la vencida.

Él camina lento como es costumbre, no tiene prisa para entrar a la Sala Superior del Tribunal Electoral. Se encuentra en el camino con Janine Otálora, magistrada presidenta del órgano jurisdiccional. Ambos pasan por la puerta principal entre los ojos vigilantes de dos elementos del Estado Mayor Presidencial, esa institución que el político tabasqueño desaparecerá a partir del 1 de diciembre.

Entre flashes y aplausos de un centenar de invitados, López Obrador entra al recinto y toma su asiento en medio de sus hijos y otrora operadores, Andrés Manuel a su derecha y Gonzalo a su izquierda. No hubo ráfagas de flashes de periodistas que plasmaran el momento, pues a la prensa no se le permitió la entrada.

Unos 30 segundos de aplausos, incluso de quienes fueron sus rivales: líderes del PRD, PRI y NA.

El recinto luce repleto de sus colaboradores, muchos de ellos amigos que lo han acompañado desde su primera campaña en 2006. También de sus rivales de antaño, pero en esta escena hay un hueco importante, su esposa Beatriz Gutiérrez Müller no asistió al que fue uno de los días más importantes para el morenista.

López Obrador luce serio mientras Janine Otálora se pone los lentes y azota el mazo para comenzar con la sesión solemne. La presidenta detalla el proceso que llevó al tabasqueño a ser presidente electo.

Él sólo entrelaza las manos y asienta con la cabeza. Sus hijos hacen lo mismo con la seriedad que les ha heredado su padre.

El semblante de López Obrador cambia cuando es llamado a recibir la constancia de presidente electo. Todos en el recinto se levantan mientras camina y se abotona el saco de su traje gris y saluda a los magistrados que previamente han firmado el documento.

Otálora Malassis le entrega la constancia y una segunda oleada de aplausos llega a la par de una sonrisa del oriundo de Macuspana, quien voltea arriba, abajo y a los lados enseñando el documento como si fuera una anhelada presea.

De inmediato toma la palabra y comienza un discurso con su acostumbrada frase “amigas y amigos”, para después recordar que también un 8 de agosto nació Emiliano Zapata, además de hacer un sentido homenaje a dirigentes sociales que contribuyeron a que —años después— él esté encabezando un cambio verdadero. La escritora Elena Poniatowska escucha el mensaje atenta desde su lugar.

“Muchos dirigentes que se nos adelantaron, que están seguramente muy contentos en la Gloria, porque el infierno no existe, menos para gente que lucha por la justicia”, enfatiza.

Y para sus compañeros desde hace 12 años, cuando compitió por primera vez por la presidencia, pasó por la mente esa frase de José María Morelos y Pavón que está escrita en letras de oro en uno de los muros de la Sala Superior: “Que todo aquel que se queje con justicia tenga un tribunal que lo escuche, lo ampare y lo defienda contra el arbitrario”.

Al político tabasqueño se le ve nervioso, en un par de ocasiones titubea en su mensaje, pero prosigue haciendo exhortos y prometiendo que no tendrá palomas mensajeras ni halcones amenazantes durante su gobierno.

El discurso como presidente electo únicamente dura 12 minutos, lo que dista de los mensajes de hasta una hora.

Su voz cambia y se eleva al concluir su discurso con vivas a la cuarta transformación, a la República, a la voluntad soberana del pueblo y a México.

Levanta el puño derecho en tono de victoria y las frases hacen eco en el recinto y concluyen con aplausos efusivos para el presidente electo de México.

El morenista esperó 12 años para este acto, se lleva su constancia bajo el brazo, tal como aquel estudiante que resguarda celosamente su título profesional al concluir una larga carrera.

Una cuarta oleada de aplausos resuena en el lugar mientras sus hijos sonríen junto a él en sus asientos.

La magistrada Otálora Malassis concluye la sesión solemne.

Después de eso todo es felicitaciones y abrazos para López Obrador, quien recorre las filas de asientos saludando a los invitados. Así comienza la transición.

Una cámara lo sigue hasta que abandona el recinto. Justo a las 13:42 horas deja el lugar con sus hijos bajo la seguridad que le ofreció sólo por ese momento el Estado Mayor Presidencial.

López Obrador deja el lugar, sabe que tras de sí ha ocupado ya un espacio. La perseverancia, su aliada, también le acompaña. Andrés Manuel ha hecho historia.

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