justiciaysociedad@eluniversal.com.mx

El olor a orina es fuerte, la basura se amontona en sus costados y sus paredes de metal, que algunas vez fueron de un rojo intenso, lucen despintadas y llenas de pancartas viejas. Así es como se encuentra el monumento levantado para recordar la masacre del 10 de junio de 1971, conocida como Halconazo.

En un recorrido realizado por EL UNIVERSAL, se constató que la obra de 15 metros, realizada por Enrique Carbajal Sebastián, e inaugurada en 2011 en el marco del 40 aniversario de esos hechos, no cuenta con ningún mantenimiento, lo que impacta en su estructura, la cual se observa con algunas partes oxidadas.

Ubicada enfrente de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros, la escultura monumental sirve para que dos vendedores ambulantes de tacos amarren sus lonas, además de fungir para que una joven que vende atoles se resguarde de los fuertes rayos del sol que caen en esta zona de la capital del país.

A unos centímetros de la estación Normal del Sistema de Transporte Colectivo Metro, Ángel Martínez, estudiante de tercer año de matemáticas, sale de prisa para dirigirse a sus clases en la escuela de maestros; antes de entrar, se le pregunta si conoce el motivo de la escultura.

“Ja, ja. La verdad es que no, es como una equis, ¿no?, me imagino que es para recordar que estamos en México o en la Ciudad de México. La verdad no sé”, comenta, mientras se aleja para ingresar a su escuela, la cual poco ha cambiado físicamente desde aquel Jueves de Corpus.

Abajo de la escultura, la placa con 40 nombres de personas que fueron asesinadas esa tarde está llena de cochambre proveniente de una docena de puestos ambulantes de comida.

El lema: “La educación requiere libertad y la libertad requiere de educación”, de Javier Barros Sierra, ex rector de la UNAM, quien apoyó al movimiento estudiantil de 1968, ha perdido su color brillante y dio paso a un gris metálico.

El color rojo original de la estructura se pierde ante diversos tonos de pintura naranja que se le han colocado a lo largo de siete años, en aras de darle mantenimiento y borrar las pintas y anuncios que ahí se fijan.

Frente a la escultura, a un costado de la entrada a la estación del Metro, restos de excremento hacen que los transeúntes se tapen la nariz y pasen rápido para evitar el olor.

A 10 metros de ahí, sobre la avenida de los Maestros, se encuentra la base de al menos cinco rutas de microbuses que recorren el centro y oeste de la capital del país, lo que ha ocasionado que cerca del monumento se cuenten cuatro botellas de plástico llenas de orines, presuntamente de los conductores.

Al igual que los monumentos que recuerdan el movimiento estudiantil de 1968 en la Ciudad de México, la estructura en memoria de las víctimas del Halconazo sigue el mismo camino: el olvido y el abandono.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses