En el 2011 se montó, en El Colegio de San Ildefonso, la exposición titulada: “La consistencia de los sueños”, en la cual se mostró la vida y la obra de José Saramago, pensando en ese hecho surgen las siguientes preguntas: ¿Quién fue José Saramago? ¿Qué soñó Saramago? ¿Dejar de morir? ¿Dejar de votar? ¿Reescribir la historia? ¿Dejar de ver? La vista puede fallar y en ese momento sus palabras, al abrir el libro, se convierten en una guía para salir de la caverna, ¿de nuestro tiempo?, basta pensar que aquella mujer u hombre se topará con la primera imagen fuerte y cegadora de su prosa: “Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban, dos aceleraron antes de que se encendiera la señal roja. En el indicador del paso de peatones apareció la silueta del hombre verde. La gente empezó a cruzar la calle pisando las franjas blancas pintadas en la capa negra del asfalto, nada hay que se parezca menos a la cebra, pero así llaman a este paso” (Ensayo sobre la ceguera).

Saramago no construyó una literatura fácil de analizar. Pone al límite al sujeto, traza en sus libros como esa figura empieza a desaparecer, es absorbido por un sistema que amenaza con convertirlo en un objeto incapaz de sentir, de pensar por sí mismo y de preocuparse por su entorno. El sujeto se pierde en la inmediatez y vive de esa manera, se sumerge en un espacio sin tiempo, porque ya no es dueño de sí, perdió esa condición en el momento que se transformó en objeto.

El escritor toma la historia y la reescribe para dar oportunidad de tener, en plural, una explicación del pasado, con ello cierra toda posibilidad de construir una sola opción. Usa su mayor instrumento: la imaginación, que se fecunda a través de la palabra, se apropia de la realidad y la transforma. Lo anterior transporta al lector a otra realidad, que comparará con la suya, ¿se cuestionará? ¿Saldrá de la cueva o se perderá en la oscuridad de un cuarto donde la luz es proyectada por un televisor o un teléfono móvil?

Saramago exploró el ser y dio una posibilidad de salir de ese espacio de riesgo. Fue participe de su tiempo, no solo con la palabra sino también con la acción. Sus grandes anteojos le permitieron ver, a fondo, a una sociedad compleja y acomplejada. Se preocupó por la sociedad, y fue a través del contraste de los tiempos que logró en su presente mostrar una visión del pasado construyendo escenarios que alteraban toda realidad: esas sociedades

desafiantes; esos hombres del convento; aquel ser duplicado; Jesucristo redimido y convertido en un hombre de carne y hueso. Sus personajes son reales, porque pertenecen al tiempo en que son leídos.

Sus sueños tenían una consistencia fuerte. No se rompieron, y resisten al tiempo, mismo que él desafió: permitiéndose soñar, verbo muchas veces cancelado o prohibido. Saramago con su literatura nos da esa oportunidad, lo releemos y nos permitimos pensar en una sociedad que rebase la guerra y la hambruna; que tenga salud y seguridad, si lo logramos nuestros sueños tendrán la misma consistencia que los suyos. Él que dejó la coma abierta al lector para continuar la conversación, tan necesaria en nuestros días. Coma que da un respiro para escuchar con atención al otro; coma que nos refleja la pluralidad: el punto cierra la idea; la coma abre el diálogo. Con la coma se vencen los autoritarismos, se conversa en libertad y con tolerancia, por lo tanto José Saramago abre el diálogo con el lector y con el futuro, dejando la coma al final del párrafo para continuar con la conversación,

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