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Noemí fue condenada a pasar medio siglo en prisión. Sin embargo, su libertad no es lo que más extraña, sino a su familia, a la que no ha podido ver desde hace seis años.

“Es por la pobreza, la economía está muy difícil. Ni mis hijas ni mis papás pueden pagar para venir a verme”, explica Noemí, quien está recluida en el Centro de Prevención y Readaptación Social Santiaguito del Estado de México. Desde ese lugar, la mujer relata cómo ha sido perderse la infancia de sus hijas debido a que viven a 123 kilómetros de distancia.

“Yo las dejé cuando eran pequeñas y una de ellas ya es mayor. La otra sigue estudiando en la preparatoria. La verdad, esta es una decisión personal, yo prefiero que le paguen su escuela a mi niña a que me vengan a ver. Ella necesita más el dinero”, comenta.

No recibir la visita de su familia impuso otro reto para Noemí: obtener dinero. Debido a que nadie le entrega recursos para solventar su alimentación y vestimenta dentro del penal, decidió integrarse al taller de costura impartido por la Fundación Evita, desde hace un año. Se trata de un espacio donde las reclusas tejen y bordan prendas para después comercializarlas en el exterior.

“Creamos este taller y nos dimos cuenta de que no valía la pena si no era una actividad redituable para las mujeres. Evita les ayuda a comercializar sus productos y les entregamos todo su dinero para que puedan pagar lo necesario dentro de la prisión”, detalla Samantha Medina, cofundadora de la organización.

Cojines, fundas y bolsos son algunos de los productos que las prisioneras de Santiaguito elaboran para sobrevivir. El Museo de Arte Popular (MAP) de la Ciudad de México es la última institución que llegó a un convenio con Evita para vender los artículos de las prisioneras en sus diferentes establecimientos.

Además de ayudarles a obtener recursos, Samantha Medina destaca que las actividades del taller ayudan al entretenimiento y al desestrés de las reclusas que participan.

“Cuando una transgrede la ley ocurre un doble castigo por cuestiones de estigma: primero recibe la sentencia del juez y después la sanción de la sociedad por ser mujer y haber cometido un delito. Esta clase de ideas propician que las reclusas sean abandonadas”, comenta la también experta en temas de género.

Respecto a esta situación coincidió Manuel Palma Rangel, subsecretario de Control Penitenciario del Estado de México, quien comentó a El Gran Diario de México: “En general, las mujeres privadas de la libertad son abandonadas. Estimamos que sólo 20% de ellas reciben visitas, entonces hablamos de un problema muy grave y no sólo en el Estado de México, sino a nivel nacional”.

Hilos de esperanza. Noemí teje una bolsa de mano. Lo hace con mucha velocidad porque sabe que mientras más productos termine más dinero tendrá para satisfacer sus necesidades básicas.

“Este taller me brindó un trabajo y representa una muy buena fuente de ingresos para quienes no recibimos visitas. También nos sirve para nuestra reintegración, porque adquieres muchas bases y herramientas que a futuro pueden servir”, explica.

Actualmente, las actividades de Evita se llevan a cabo en un salón especial; sin embargo, Noemí recuerda que en un inicio cosían en el suelo y con las manos: “Tampoco teníamos un lugar fijo, nos movíamos de aquí para allá y era muy incómodo para nosotras. Ahora tenemos hasta máquinas para coser que consiguieron las personas de la fundación”.

Según información de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), la cárcel de Santiaguito cuenta con una población de 300 mujeres. Sólo 10% de éstas recibe el taller de costura impartido por Evita: “Ya tenemos un plan de extensión de este programa. Lo llevaremos a entidades donde han visto el éxito del modelo y que consideran que es un aporte especial para las mujeres privadas de la libertad”, asegura la especialista Samantha Medina.

El costo de estar presa. Tatiana Ortiz Monasterio es otra de las cofundadoras de Evita y se desempeña como la mente creativa del equipo. Ella es la encargada de enseñar a coser a las mujeres que participan en el taller.

Al menos dos días a la semana, Ortiz Monasterio visita Santiaguito para impartir sus clases de costura.

Durante ese tiempo es apoyada por Elizabeth, una reclusa que fue nombrada coordinadora del taller, el cual se ha convertido en su principal fuente de ingresos.

“Siempre es un gasto estar presa. No pagamos renta ni luz, pero las cuestiones personales como el papel de baño o el jabón corren por nuestra cuenta. Debemos ver la forma de comprar esos productos”, dice. Elizabeth ha pasado dos años recluida debido a que un juez le dictó prisión preventiva y no ha resuelto su caso. Ella se suma a todas las mujeres que han dejado de recibir la visita de sus familiares.

“Después de tantos años la familia se cansa y es normal. Primero te visitan [en la cárcel] una vez a la semana, después cada 15 días y al último una vez al mes.

“Debemos entender que la vida afuera sigue para ellos, [en ocasiones] deben trabajar o no tienen [dinero] para venir si viven lejos”, afirma.

Elizabeth reclama que las reglas para las visitas familiares son muy estrictas y eso provoca el abandono a la población femenina.

“[Para las visitas] siempre hay trabas. Hay casos en los que nosotras ya no tenemos papás y hermanos, pero sí una prima. Si no es nuestro familiar directo, no te puede visitar.

“¿Por qué no hacen una excepción en ese tipo de casos para poder reintegrarme a la sociedad?”, dice.

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