Donald Trump es un síntoma y una causa de la polarización que ha azotado a Estados Unidos durante el año que ha transcurrido desde su elección. No creó la división ideológica, étnica y de visiones a futuro que sufre el país, más bien montó su campaña presidencial y ahora su presidencia sobre estas fisuras, pero también ha seguido alimentando y ahondándolas con sus posturas y declaraciones.

A un año de la elección presidencial en EU, el país sigue profundamente dividido. La división más clara es entre los que apoyan a Trump, entre 34% y 43%, según las encuestas, y los que desaprueban su gestión, entre 51% y 61%. Ningún presidente estadounidense en la era moderna ha sido tan impopular en su primer año de gestión, pero tampoco Trump ha perdido su base sólida de apoyo, un grupo que oscila entre 25% y 30% de la población que sigue expresando confianza y entusiasmo en su gestión. Para el sector mayoritario, Trump es un presidente inexperto, conflictivo y divisivo, pero para su base dura, sigue siendo un hombre en quien confían para romper lo que ven como un sistema corrupto y regresar el país a un pasado imaginado que fue mejor. Las mismas declaraciones que algunos ven como poco preparadas y hasta inapropiadas, otros las ven como frescas y contundentes.

Esta división de opinión existe en gran parte porque ya había fragmentación en el país antes de que llegara Trump al escenario político y lo que ha hecho él es explotarla y profundizarla. Hay un sector de la población estadounidense que constituye la base dura de Trump que cree que el país se ha vuelto demasiado diverso, que siente que la economía está estancada, que teme que la globalización está minando su forma de vivir y que está profundamente preocupado por la perdida de influencia de EU en el mundo. Gran parte —aunque no todo este sector– se ubica en la clase trabajadora blanca de EU, en ciudades medianas y chicas del país, que ha sufrido caídas reales en sus expectativas a futuro.

Trump parece empeñado en fortalecer su base dura más que en gobernar para la mayoría de estadounidenses, lo cual ha ido provocando fisuras en su propio partido. Ha logrado poner en su contra no sólo a los demócratas, sino a gran parte de los representantes electos en el Partido Republicano. Sus posturas sobre migración, política exterior, comercio y medio ambiente, entre otros temas, se han vuelto controversiales para gran parte de la población, así como la percepción de que no se distancia de (y a veces se acerca a) nacionalistas blancos y grupos con agendas abiertamente racistas. Su falta de conocimiento profundo en temas de política pública y sus ataques contra aliados en su propio partido han dejado heridas entre sus correligionarios en el Partido Republicano.

Pero sería un error pensar que Trump está aislado o en caída libre. Su base lo sigue apoyando y, dentro de su partido, él sigue teniendo mucho más popularidad que cualquier otro líder. Aunque se pueden molestar con él, los otros líderes republicanos no se enfrentan con él precisamente porque Trump goza de más apoyo entre la base que cualquiera de ellos. Y los políticos republicanos que lo han enfrentado directamente, como los senadores Jeff Flake y Bob Corker, han terminado decidiendo no buscar la reelección, en gran parte porque Trump ahora controla al partido.

Pero después de este año de división y caos, Trump está tratando de abordar dos temas en los que podría potencialmente ampliar su coalición. El primero es una propuesta de recortar los impuestos, un tema que unifica al Partido Republicano y encuentra apoyo en sectores empresariales y algunos de clase media. Si logra una legislación que recorte las tasas fiscales, lograría ganar el apoyo de los lideres de su propio partido por primera vez.

El otro tema es la legalización de los soñadores, jóvenes que llegaron a EU de forma indocumentada durante su niñez, que une los demócratas con un sector de republicanos moderados y que tiene un apoyo de más de 70% de los estadounidenses. Si Trump logra un acuerdo con los demócratas en este asunto, probablemente logre ampliar sus simpatías aún más allá de su propio partido. Ambos temas abren a Trump la posibilidad de ir más allá de su base dura, algo que no ha podido hacer hasta ahora. Lo que es menos claro es si Trump puede lograr estas victorias legislativas, porque tiene una tendencia de boicotear sus propias propuestas y enfrentarse con sus aliados justo cuando más los necesita. Si bien Trump tiene la oportunidad de mostrar que puede gobernar y no sólo hacer declaraciones controversiales, todavía no queda claro si se animará a hacerlo.

El saldo del primer año es bastante pobre, y no sólo para Trump, sino para EU y para el mundo. En México se ha sentido esta incertidumbre y confrontación directamente, a través de los mensaje mixtos sobre el Tratado de Libre Comercio, que está en negociación pero que quizás Trump quiere destrozar, con los ataques a inmigrantes latinos y con el llamado, cada vez menos frecuente pero todavía presente, de construir un muro en la frontera. Si bien han habido pocas consecuencias de estas declaraciones en la práctica, han amargado e inhibido la relación entre México y Estados Unidos.

Así también al interior del país, donde las declaraciones rara vez terminan en decisiones de política pública, pero han servido para enrarecer el ambiente y la convivencia política y humana en EU y alimentar las divisiones que ya existían, justo en un momento en que se necesitan liderazgos para unificar y no dividir. Sólo se puede esperar que en el nuevo año, Trump toma la decisión de ser un líder para todo el país, y no sólo para su base dura, así como un hombre de Estado en el terreno internacional.

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