Lo volvió a hacer Donald Trump. En menos de una semana puso de cabeza al mundo con una de sus decisiones más controversiales. Se trata de la política migratoria conocida como “Tolerancia Cero” que consiste en separar a las familias que cruzan sin algún tipo de visa hacia Estados Unidos. Al ocurrir el arresto de los adultos por parte del Servicio de Inmigración, los niños que los acompañan son enviados a centros de detención improvisados.

Dichos menores permanecen alejados de sus padres y sin ninguna posibilidad de reencontrarse con ellos en tanto dure el juicio que les permitirá solicitar asilo en ese país. Muchos de estos niños podrían, en el mejor de los casos, ir a casas de refugio y a familias sustitutas que los acojan. Sin embargo, muchos menores también se “pierden” en el proceso y tan sólo este año se ha denunciado que casi mil 500 simplemente desaparecieron y no hay rastros de ellos.

Este asunto no empezó con Donald Trump, aunque el tono del actual presidente de Estados Unidos siempre puede empeorar las cosas. En el caso de los migrantes indocumentados, con Barack Obama se dio una deportación muy numerosa, pero con los posibles solicitantes de asilo la norma que se impuso fue la de permitir que los adultos no fueran deportados en tanto tramitaban su solicitud.

Debido a que, de acuerdo con la ley, los menores no podían permanecer más de 72 horas en un centro de detención y por tanto, aunque los adultos con quienes viajaban fueran retenidos, los niños eran ubicados con algún familiar que en la inmensa mayoría de los casos ya los esperaban: tíos, padrinos e incluso los propios padres que habían mandado traer a sus hijos para reencontrarse con ellos en Estados Unidos.

Esta dinámica favoreció que miles de familias, sobre todo de Centroamérica —de donde en este momento provienen la mayoría de quienes cruzan sin documentos hacia EU—, se reunieran luego de haber emigrado varios años antes, cuando dejaron atrás a sus hijos a quienes enviaban remesas. Sin embargo, dado el recrudecimiento de la violencia y criminalidad en países como Honduras, El Salvador y Guatemala se inició un éxodo de niños en busca de reencontrarse con sus padres en EU.

Desde su campaña, y posteriormente como presidente, Trump condenó esta práctica como una especie de burla contra el sistema legal de Estados Unidos porque decía que era una forma de usar al sistema para emigrar a su país.

Con ese discurso como base, repitió innumerables veces que modificaría la norma vigente apegado al marco legal. Fue así que a inicios de mayo de este año Jeff Sessions, fiscal general estadounidense, anunció las nuevas pautas de la política migratoria que consisten en ya no aceptar como posibles razones para pedir asilo el hecho de huir de la violencia criminal o de la violencia doméstica, causales que bajo el mandato de Barack Obama se aceptaban como justificantes para la obtención de la calidad de refugiado, sobre todo para personas procedentes de estos países centroamericanos y de Haití.

Esta decisión provocó que de un día al otro 90% de los casos de centroamericanos se quedaran sin posibilidades de solicitar asilo humanitario y, por tanto, pasaran a ser considerados migrantes indocumentados (como ocurre con los mexicanos que cruzan sin papeles). Y ese es el momento en que estamos ahora: si antes los solicitantes de asilo podían llevar sus juicios en “libertad”, monitoreada por pulseras eléctricas e incluso tenían permiso para trabajar, ahora los están deteniendo en la frontera, pues se les considera indocumentados y sus hijos son encerrados aparte, como se ha visto y escuchado a través de los testimonios de los propios niños llorando desolados que incluye a bebés y niños muy pequeños.

La crítica no se hizo esperar y prácticamente en todo el mundo hubo reacciones, desde organismos internacionales, gobiernos y hasta del papa Francisco. Todos condenaron este tipo de política migratoria. Lo que es promisorio es que las reacciones más fuertes contra lo que está ocurriendo se dieron en la misma sociedad estadounidense; incluso entre los republicanos moderados hubo una postura muy dura contra la detención de los niños, aún más por las condiciones en que se encuentran.

Sólo un dato para entender la dimensión del drama: en atención a la propia ley estadounidense de protección a los menores, ningún adulto que tenga bajo su cuidado a estos niños detenidos como criminales puede tocarlos, es decir, no deben abrazarlos, acariciarlos ni consolarlos con algún gesto físico. Si eso en principio está bien por los peligros que puede implicar el abuso infantil, también marca una distancia y frialdad de quienes, en su mayoría, tenían el cariño y cercanía de alguno de sus padres o una figura afectiva. El daño emocional es inmenso.

Ante las críticas cada vez más duras, que fueron subiendo de tono al darse a conocer un audio en que se oían varios niños llorando desconsolados, Trump firmó un decreto para frenar la separación de las familias detenidas. Muchas personas y medios de comunicación vitorearon esta decisión como un triunfo de la razón y como un posible gran fracaso de las medidas de línea ruda del presidente estadounidense, pero la realidad es que el resultado es otro y más bien su guion le salió a la perfección.

Lo que firmó Trump para acallar a sus críticos fue un decreto que autoriza que a nombre de no separar a las familias, los niños vayan a los centros de detención junto con sus padres, en tanto llega el tiempo de sus audiencias ante un juez que revise sus casos, lo que puede tardar incluso años, dado lo saturado del sistema.

Así, el mensaje de Trump se mantiene en la línea dura: no hay entrada exprés a EU y quien llega sin papeles irá a la cárcel aunque sea menor de edad. Además, ahora la única forma de modificar esta situación es que los demócratas acepten iniciar el debate para cambiar el marco legal migratorio e, incluso, autoricen el recurso que tanto ha pedido para construir su anunciado muro fronterizo. Esta jugada es clave en un momento en que las preferencias electorales e intenciones de voto de la elección intermedia de noviembre son la principal preocupación de Trump, por lo que encerrar niños y separarlos de sus padres no parece importarle. Si mantiene la fuerza de sus bases gana adeptos y fortalece su imagen de líder fuerte.

Profesora investigadora del Instituto Mora
@migrantologos

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