Cuando Paul J. Manafort entró en el circo de las primarias republicanas al lado de Donald Trump era un desconocido para el público, pero una figura de alto perfil entre aquellos acostumbrados a rodearse de lobistas.

Desde el inicio de su carrera estuvo involucrado en los equipos de grandes nombres del Partido Republicano —Gerald Ford, Ronald Reagan, George H.W. Bush—, especialmente en la organización de convenciones. Fue por esas experiencias que el equipo de Trump, al verse obligado a despedir a su primer jefe de campaña, Corey Lewandoski, no dudó en contratarle para que liderara el camino hacia la convención que lo coronaría como candidato republicano a la Casa Blanca. Hizo el trabajo gratis.

Manafort se convirtió rápidamente en la figura a seguir, portavoz de una campaña que iba viento en popa, incluso tuvo un papel fundamental en la elección de Mike Pence como compañero de Trump.

Todo parecía pasar por sus manos, e incluso estuvo presente en una reunión secreta entre agentes rusos y Donald Trump Jr., en la que se les había prometido material “sucio” sobre Hillary Clinton.

No consiguieron nada, pero las mentiras esparcidas sobre el encuentro cuando salió a la luz enturbiaron el papel que jugaba Manafort en el equipo de campaña.

Eso es, sin embargo, sólo una cara de la moneda. En la otra, la que le ha llevado ante la justicia, está el Manafort asesor político, de conexiones dudosas contratado por dictadores como el filipino Ferdinand Marcos o el ex presidente ucraniano prorruso Víktor Yanukóvich.

Esa última conexión fue su fin. A medida que las hipótesis de que Moscú estaba tratando de ayudar a Trump a ganar las elecciones, el pasado de Manafort salió a relucir y puso dudas a su figura.

Cuando WikiLeaks filtró correos de la campaña demócrata, las versiones sobre lazos entre el grupo de Trump y el Kremlin ganaban adeptos. El golpe de gracia se produjo en agosto de 2016, cuando se publicó que Manafort había cobrado 12.7 millones de dólares de forma ilegal de Yanukóvich y su partido, algo que primero se negó y luego se probó.

Trump se vio obligado a prescindir de él para tratar de sacudirse todo aquello que tuviera relación con Rusia, pero el escrutinio al ex jefe de campaña continuó.

“Nadie debería minusvalorar cuánto hizo Paul Manafort para que esta campaña esté donde está ahora”, dijo Newt Gingrich, seguidor de Trump. Esas palabras, para muchos, prueban que Manafort era hilo para ese lazo con Rusia.

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