Este miércoles Jessy Bravo fue a buscar a su hijo de cuatro años al colegio en la localidad española de Elda . En la puerta del centro escolar apareció su ex pareja, Imanol Castillo, y le disparó cinco veces, una de ellas en la cabeza.

Jessy murió al día siguiente en el hospital, con 28 años. Decenas de niños y padres que presenciaron el asesinato necesitaron atención sicológica. Una de las menores testigo del disparo contó a las cámaras de televisión que el hijo de Jessy e Imanol lloraba repitiendo: “Papá ha matado a mamá”.

Jessy es la víctima 44 de la violencia machista este año en España, una cifra 20% superior a la de 2016. Su caso refleja el fracaso de los esfuerzos españoles por terminar con los ataques a mujeres. En 2004 (año con 72 víctimas) el país aprobó una Ley integral contra la Violencia de Género que permitió crear juzgados específicos contra la violencia de este tipo, una fiscalía, una delegación del gobierno, brigadas policiales, mejores campañas de concienciación... Y aun así siguen muriendo mujeres por errores de protocolo, falta de recursos, la tibieza de los jueces o la propia dificultad que sufren las maltratadas para alejarse de sus ex parejas.

Todos estos elementos se unieron en el caso de Jessy. Ella había denunciado tres veces a Imanol. El día antes del crimen, él había estado en la comisaría y el jueves debía ser juzgado por las amenazas telefónicas que continuaba enviándole.

La joven trabajaba como camarera sirviendo desayunos y era conocida por su carácter divertido. En los numerosos homenajes que se le han dado estos días en su pueblo, se le recordaba por su “alegría de vivir”. La relación con Imanol había durado seis años. Los unía su afición por el deporte, los tatuajes y la playa. Sin embargo, el carácter posesivo y violento de él provocó la ruptura.

En 2014, Jessy se convirtió en una de las 13 mil 500 mujeres que denuncian violencia machista cada mes en España, según datos del Observatorio contra la Violencia de Género y Doméstica del Consejo General del Poder Judicial. Pero luego se negó a declarar en el juicio y él quedó absuelto. Reanudaron la convivencia, hasta que en 2016 él la agredió y fue condenado por lesiones en el ámbito familiar. Reconoció los hechos y fue penado sólo con 40 días de trabajos en beneficio de la comunidad, además de a una orden de alejamiento a 300 metros.

Desde entonces estaban separados, pero quienes conocen a Imanol, un desempleado de la industria de la zapatería y adicto al gimnasio, aseguran que seguía obsesionado con Jessy. El 4 y el 5 de noviembre estuvo contactándola por teléfono y ella lo denunció. Por eso el martes por la noche fue detenido. Pero nada más al salir de la prefectura, Imanol consiguió un arma y se dirigió al colegio a matar a Jessy, luego huyó con su carro y terminó suicidándose de un disparo en la boca.

Poca gente llorará su muerte. El desprecio social a los culpables de crímenes machistas ha crecido en España hasta tasas impensables hace poco tiempo.

Pese a este nuevo fracaso de los sistemas de control, el gobierno asegura que las cifras de violencia españolas están en consonancia con el entorno europeo y que incluso los países que más invierten en la lucha contra el machismo se han encontrado con una tasa suelo de violencia difícil de mejorar. Caso paradigmático es el de los países escandinavos, considerados los más avanzados en políticas de igualdad, pero donde entre 40% y 50% de las mujeres dicen haber sufrido algún abuso por parte de hombres. España presenta menos de la mitad de casos en términos porcentuales, 22%.

Expertos relacionan estos datos con variantes como el elevado consumo de alcohol en los países nórdicos pero, sobre todo, con una mayor sensibilidad contra los abusos. Así, mientras en España se considera violencia machista sólo la cometida por un familiar, la pareja o la ex pareja, en los países nórdicos cualquier agresión por motivo de género es computada.

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