Llegó a Estados Unidos en octubre de 2000 y su motivación era lograr una vida mejor para su hijo mayor, Eduardo, quien es ciego, cuenta a EL UNIVERSAL Minerva Cisneros García, indocumentada mexicana que estuvo refugiada durante tres meses en una iglesia de Greensboro, en Carolina del Norte, y finalmente logró un permiso temporal para evitar la deportación.

En su caso se suman varias aristas de la política migratoria de la era de Donald Trump. “Cuando crucé, hace 17 años, mi hijo mayor tenía cinco años y su hermanito tres [el pequeño falleció en 2007 por leucemia]. Mi hijo es [beneficiario] del DACA —el programa que protege a los inmigrantes que llegaron siendo niños a EU— y esto le ha permitido estudiar y trabajar. Lo malo es que se les va a acabar si los políticos no hacen algo al respecto“, dice preocupada.

Minerva se volvió a casar en 2009 y es madre de dos hijos nacidos en EU, de siete y cuatro años. “Mi problema inició desde que llegué, porque me detuvo un agente de la Patrulla Fronteriza, pero al ver que venía con mi hijo con capacidades especiales me dieron cita para ir a la corte seis meses después”, recuerda la originaria de San Nicolás, Guerrero.

“Contraté a un abogado pero me recomendó que no me presentara porque seguro me deportaban; entonces no fui y seguí adelante con mis planes (...) Todo iba bien hasta que volví a caer en un retén en 2009. Me pusieron una noche en la cárcel y me dejaron salir por razones humanitarias, por mi hijo Eduardo, y ellos mismos me recomendaron buscar a un abogado de inmigración”, explica.

A partir de ahí las autoridades la tenían ubicada. “Recibí una carta de que tenía que presentarme en inmigración, lo cual no hice y me moví en la misma ciudad varias veces”, recuerda. En abril pasado el Departamento de Aduanas e Inmigración (ICE, por sus siglas en inglés) le hizo llegar una carta en la que le informaron que debía salir del país.

“Fue entonces cuando decidí luchar de otra manera, buscar la oportunidad de seguir aquí con mis hijos”, cuenta Minerva. Sabe que los tiempos han cambiado y ahora las autoridades son más agresivas.

“Por supuesto que a Trump no le importa que yo tenga un hijo con necesidades especiales”, dice.

El 28 de junio pasado se refugió en la Iglesia Congregacional Unida e inició la búsqueda legal de un permiso para permanecer en EU.

“Estuve hasta el 2 de octubre, cuando mi abogada me confirmó que ya tiene el documento que me permite permanecer legalmente y me da tiempo para pelear mi caso”, relata.

Minerva reconoce que cometió errores, como confiar en un mal abogado, “pero afortunadamente Helen Parsonage [su actual abogada] se movió rápido y además, en su condición de mujer, me comprende mucho mejor”, asegura.

Ahora se ha sumado a organizaciones de ayuda a inmigrantes indocumentados y envía un mensaje: “Es tiempo de que busquen sus fortalezas, vean a su alrededor y todo aquello que pueda ayudar a que se queden úsenlo; pero pregunten, asesórense. Tengan fe y sean positivos”.

Relata que lo primero que hizo al salir del refugio santuario fue ir a visitar a otra indocumentada guatemalteca, que lleva cuatro meses en la Iglesia Episcopal San Barnabás.

También agradece “a todos aquellos que me visitaron y que han seguido muy de cerca mi situación. Y aunque salí hace unos días, apenas ahorita me está como que cayendo el veinte; uno nunca sabe lo que vaya a suceder”.

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