Madrid.— Cecilia asegura que su oposición a las vacunas no es ideológica. Ella y su marido, Luis Gascó, le pusieron todas las recomendadas a sus tres primeros hijos. Al cuarto también, hasta que en 2011, cuando tenía 18 meses de edad, sufrió un problema de salud que ellos consideran una reacción “brutal” a la vacuna.

“Incluso, los médicos incluyeron en su informe que se trató de una reacción a la vacuna, aunque luego la administración se desentendiera”, explica a EL UNIVERSAL.

Esta residente en Madrid recuerda con angustia la noche en la que el niño despertó llorando desconsoladamente, tres días después de recibir el pinchazo de la Difteria-Tétanos-Pertussis-Haemophilus influenzae tipo b-Polio inactivada, según especifica su ficha en la asociación de Afectados por las Vacunas, de la que Cecilia forma parte. Tras descartar las dolencias más comunes, terminó llevándolo a Urgencias mientras su marido volaba en un avión hacia México por motivos de trabajo.

En el primer momento asegura que los médicos no tuvieron en cuenta que pudiera tratarse de una reacción inmunológica pero que, tras muchas pruebas, descubrieron una inflamación en la columna. La trataron, pero afectó a la mielina de la médula y el niño quedó tetrapléjico, en silla de ruedas.

“Afortunadamente, su cerebro resultó intacto y a sus ocho años tiene un desarrollo intelectual normal”, explica Cecilia, “pero cuesta explicarle por qué las cosas fueron así: lo vacunamos porque queríamos lo mejor para él, y no pensamos que pudiéramos estar transformando su vida”.

Tras esa experiencia, no volvieron a vacunar al niño, ni tampoco a los dos hijos que tuvieron después. “No nos oponemos a las vacunas. Lo que ocurre es que tenemos miedo. Al no saber si lo que ocurrió con nuestro hijo es una respuesta con base genética, ambiental o, como dicen los doctores, circunstancial, no me atrevo a vacunar a los otros”, explica. Asegura que al tomar su decisión tomó en cuenta el alto grado de inmunización a su alrededor: “En Madrid veo que hay una baja pro babilidad de que se contagien de una enfermedad peligrosa, así que he tomado esta decisión, que no es fácil”.

Cecilia querría que la Sanidad pudiera garantizarle que sus hijos no corren peligro, y echa de menos no haber recibido más explicaciones. “Lees el prospecto de la vacuna de mi hijo y sí te describe la reacción que tuvo como un posible efecto secundario, pero eso no nos lo dijeron. Hay una falta de información que está haciendo a más personas plantearse si deben vacunar [a sus hijos]”.

En España la vacunación no es obligatoria precisamente porque 95% de la población infantil se somete a la inmunización de forma espontánea. El Estado considera que no es necesario convertir en obligación lo que es un uso, a diferencia de países como Italia o Francia, donde el avance de los movimientos antivacuna ha hecho que las autoridades endurezcan la legislación. “No es obligatorio, pero existe una presión social evidente con la vacuna”, opina Cecilia. “Cuando han surgido casos de niños que han sufrido enfermedades esporádicas y no estaban vacunados, el juicio contra los padres ha sido muy agresivo, sin plantearse por qué el niño no estaba inmunizado”.

Ella misma siente esa presión. “Mi pediatra nos ha ayudado mucho y conoce nuestras circunstancias, pero en ocasiones que he tenido que tratar con otros médicos y les digo que los niños no están vacunados, nos miran mal”.

Cecilia en ningún momento argumenta contra la utilidad de las vacunas que, según la Organización Mundial de la Salud, evitan entre dos y tres millones de muertes en todo el mundo. Sólo pide que aumenten la información, las responsabilidades públicas y la transparencia. “Te dicen que la posibilidad de que la vacuna afecte es muy pequeña, pero yo apostaría a que el caso de mi hijo no se ha incluido luego en ninguna estadística”, dice.

El sistema, considera, tiene deficiencias. “Con nosotros no se han hecho bien las cosas. Cuando suceden casos así, hay reacciones de todo tipo, y el miedo es poderoso”.

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