El modelo de los Juegos Olímpicos está en cuestión y el Comité Olímpico Internacional (COI) debe revisarlo. Ésa es la conclusión de tres expertos internacionales consultados por EL UNIVERSAL.

El sistema demostró su agotamiento en la última ronda de designación de sedes. Tras el despilfarro de los Juegos de Invierno de Sochi 2014 y las manifestaciones de brasileños descontentos con las inversiones en los Juegos de Río 2016, tres de las ciudades que aspiraban a organizar los Juegos de 2024 retiraron su candidatura: Roma, Budapest y Hamburgo.

El COI, acosado por escándalos de compra de votos en la designación de Río, se encontró con sólo dos candidaturas: París y Los Ángeles, que han albergado dos juegos cada uno. Tomó una decisión salomónica: París los celebra en 2024 y Los Ángeles en 2028.

“El COI decidió no arriesgar en un momento difícil”, dice Carles Murillo, director del máster en Dirección y Gestión Deportiva de la Barcelona School of Management de la Universidad Pompeu Fabra. “Entre las sospechas sobre las votaciones y la dificultad para hallar ciudades que se comprometan a las inversiones necesarias para que los juegos luzcan, el COI se toma un respiro con estas dos designaciones al mismo tiempo. Eso le da oportunidades de estudiar un cambio de chip”.

Murillo defiende que “un macroevento como unos Juegos Olímpicos proporciona al organizador un conjunto de legados tangibles e intangibles”, y no se debe minimizar su utilidad. Entre las ganancias destaca la promoción internacional, la creación de infraestructuras, los beneficios para la salud que supone “poner en la agenda del país el deporte”, y distensiones políticas como el acercamiento entre las dos Coreas por PyeongChang 2018.

Sin embargo, cree que para lograr esos objetivos se necesitan inversiones cuantiosas y bien dirigidas. “Barcelona es el gran ejemplo de los beneficios que aporta organizar unos juegos. Se utilizó el dinero para abrir la ciudad al mar, se remodeló el aeropuerto y se la lanzó como destino turístico”, explica.

“El problema es que no siempre se consigue eso y los juegos pueden no dejar un gran legado, como hemos visto en tantos casos. Ahora hay estudios de evaluación más precisos y ha cundido un desencanto”, precisa.

Simon Kuper, periodista que desde el Financial Times ha denunciado sinsentidos como la construcción de estadios inútiles (los llamados “elefantes blancos”) para los Mundiales de futbol y los Juegos de Río, comparte ese desengaño. “Por todo el mundo, desde Atlanta a los cuarteles del COI en Lausana, la gente está llegando a la misma conclusión: organizar eventos deportivos no te hace rico”, afirma a EL UNIVERSAL.

“Mira los Mundiales de Sudáfrica, donde los políticos prometieron bonanza económica. Sólo atrajeron 309 mil visitantes. El crecimiento del país descendió durante el torneo”, explica. En su opinión, los grandes eventos deportivos son fiestas, pero los países deben preguntarse si representan la mejor inversión. Para ello, vuelve al ejemplo de Brasil: “Tiene un punto obsceno organizar una fiesta extravagante en un país donde millones de personas necesitan comida, casa, electricidad y médicos”.

Isidre Rigau, director de Summa Sports y asesor en infinidad de candidaturas olímpicas, también es partidario de replantear el modelo. “Todo el mundo habla del ejemplo de Barcelona, pero nadie lo sigue. Es necesario redimensionar las instalaciones, porque no tiene sentido hacer una pista de balonmano para 18 mil espectadores que no se llenará nunca más. Hay que construir sólo lo que sea necesario para la ciudad”, destaca.

Rigau apuesta también porque los países compartan la organización y costes de los eventos, una opción por la que las candidaturas no se decantan.

El experto considera que esto se aplica especialmente a los Juegos de Invierno. “En esas competiciones hay instalaciones que después son difíciles de utilizar y carísimas de mantener, como el trampolín de saltos o la pista de bobsleigh, que es una nevera abierta de un kilómetro y medio de longitud”. Esta última, además, se mantiene helada a base de amoniaco, un componente altamente contaminante. “El COI debería reexaminar estos deportes, aplicando nuevas tecnologías como el teflón y el carbón para que las cuchillas resbalen. Hay que modernizar elementos”.

Ésa parece la forma de salvar unos deportes especialmente vulnerables. “Los Juegos de Invierno nunca se han celebrado en el hemisferio sur, y tiene unos 40 participantes, frente a los 202 de los Juegos de verano. Su mercado es muy reducido. Para sobrevivir deben ser más eficientes y baratos, y ese espíritu se rompió en 2014, con Sochi, que costó el triple que cualquier Juego de Verano. Me parece que eso es tomar el peor modelo”, dice.

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