América Latina experimenta un profundo cambio religioso enmarcado en una sociedad mayoritariamente católica, aunque con diferencias, ritmos e intensidades de cambio notorios entre los países. Si antes el catolicismo era elemento de unidad cultural y de su identidad histórica, ahora se observa un campo religioso en recomposición que desregula su estatus monopólico.

Datos del Pew Research Center muestran que la población de América Latina está experimentando un gran cambio cultural debido al impacto de la diversidad religiosa que se constata en el hecho de que hasta 1960 el 90% de su población era católica, pero a partir de 2014 esa cifra se redujo a 69%. Esta disminución de católicos se acompaña del crecimiento de población evangélica, que ocupa 19% del continente.

El pentecostalismo es el principal agente de este cambio religioso, que desde hace algunas décadas había sido definido como la tercera ola del protestantismo originado en Norteamérica, pues llegó cruzando las fronteras desde el mundo anglo al hispano, pero que en la actualidad se ve como un cristianismo a la latinoamericana, a partir del cual se reformula una nueva solidaridad con sentido de comunidad moral, diferente al sentido liberal e individualista propio del protestantismo clásico.

Desde el siglo XX diferentes iglesias pentecostales crearon mesianismos étnicos y expresiones nacionalistas (como es el caso de la Luz del Mundo en México). En el presente marcado por la globalización, muchas de las iglesias latinoamericanas pueden ser consideradas como empresas misioneras de expansión, no sólo con proselitismo en este subcontinente, sino a escala mundial y recorriendo el sentido contrario del misionerismo católico y protestante que trajo la religión colonialista al continente americano desde Europa.

Para entender su impacto en la sociedad y en la política, primero se debe reconocer que el pentecostalismo no es una religión monolítica. Es más bien un movimiento religioso que comprende millares de denominaciones independientes, con diferentes tamaños, formas de organización, ideologías e incluso con acentos litúrgicos y teológicos contrastantes. No obstante, en las diferencias internas se pueden advertir diferentes modalidades que están teniendo impactos contrastantes en el actuar público y el actuar político del pentecostalismo en América Latina, entre ellas destacan:


Los pentecostalismos tradicionales. Es un movimiento carismático en el que la emotividad de sus celebraciones, en torno a la recepción de dones extraordinarios del espíritu santo, hacen de esta religión una experiencia más emocional que racional. También se le vincula con rasgos mesiánicos, pues muchos de sus líderes son reconocidos como profetas que experimentan dones en los que Dios revela mensajes. Los pentecostales se caracterizaban por su obediencia a reglas estrictas que prohibían, por ejemplo, el alcohol y el tabaco. A ellos se les identifica como la religión de los pobres, desheredados y estigmatizados.


El neopentecostalismo. Es una versión renovada que se integra al mundo, adopta las ideologías de consumo e integra la permisión de las modas (tanto en el vestir como en lo musical). Pero sobre todo, aprovecha la tecnología de la información para imprimirle una gestión empresarial a la obra misionera, a tal grado que se les llama “iglesias empresas”. En Brasil se les comenzó a reconocer como las promotoras de la nueva “teología de la prosperidad” porque imparten valores que sacralizan el dinero, la acumulación, la ostentación y el éxito como símbolo de la presencia divina y oferta de salvación, ya no articulada con el más allá, sino en esta vida.


El pentecostalismo radicalizado hacia la derecha. En Guatemala, el presidente Efraín Ríos Mont, un general evangélico convertido a Iglesia del verbo, reprimió la actividad de los católicos y favoreció el neopentecostalismo, ganando la presidencia en 1999. En Perú, el pastor evangélico Carlos García García llegó a la vicepresidencia en 1990. En Brasil, el reciente golpe de Estado con apoyo de la bancada evangélica destituyó a Dilma Rousseff, colocando al entonces vicepresidente Michel Temer al frente de la nación, en 2016. Este último es el caso más interesante para analizar cómo las bancadas políticas evangélicas se han infiltrado en los distintos niveles del Poder Legislativo, desde donde establecen alianzas políticas en la defensa de la ley del orden, emprendiendo cruzadas morales y oponiéndose a leyes que sustentan libertades laicas como la despenalización del aborto, el divorcio, el reconocimiento jurídico de matrimonios del mismo sexo y la despenalización de drogas. Estas iglesias exigen derechos de libertad religiosa, pero articulan cruzadas en contra del mal, de la brujería y restringen la libertad de religiones populares, indígenas y africanas, a las que combaten.


Pentecostalismos liberales. Algunas iglesias evangélicas parecen ir avanzando hacia reflexiones más liberales, incorporando al debate teológico una agenda de derechos y libertades individuales. Incluso, han retomado las demandas feministas dentro del debate teológico, pero lo más interesante es que del pentecostalismo mismo han surgido denominaciones inclusivas (como es el caso de la Iglesia de la comunidad metropolitana) que abrigan al movimiento LGBT y que, aunque no son una mayoría, representan una red presente en países de América Latina (en especial en México y Brasil) y Estados Unidos. Estas iglesias han transformado su identidad doctrinaria y litúrgica en torno a las identidades de la diversidad sexual, flexibilizando sus sistemas morales.

Así, el catolicismo está dejando de ser la religión monopólica de América Latina, aunque en la mayoría de los países sigue ejerciendo los privilegios de ser una religión mayoritaria. Este es un tema sensible en la geopolítica vaticana, pues Latinoamérica representa la mayor concentración de católicos en el mundo, y más ahora que Europa experimenta una descristianización y se percibe amenazada por el crecimiento de los musulmanes.

Es difícil imaginar que la figura de Francisco, el primer Pontífice latinoamericano en la historia de la Iglesia, pueda frenar, o al menos disminuir, la tendencia del cambio religioso en la región. Tampoco parece probable que en algunas décadas el continente sea protestante (como lo llegó a vaticinar en la década de los 90 un sociólogo estadounidense). Lo que veremos en los próximos años es un crecimiento de diversas opciones religiosas que estarán en competencia por quitarle almas a la Iglesia católica, y que buscarán conquistar su visibilidad en el ámbito público, donde muchas de ellas se incorporarán como nuevos agentes en las disputas políticas.

Un reto para este horizonte es que la diversidad no necesariamente va de la mano de una cultura de la pluralidad, basada en valores que garanticen el respeto y la tolerancia hacia las minorías, no sólo religiosas, sino también de minorías étnicas, raciales y sexuales. Por ello, podemos vislumbrar que la recomposición religiosa en América Latina anuncia un cambio cultural de enormes dimensiones, pero también una recomposición de los equilibrios para lograr una sociedad plural y para redefinir las divisiones entre religión y política que rigen la laicidad.

Antropóloga e investigadora del CIESAS Occidente

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