Washington.— El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, está pasando uno de sus peores momentos. Las acusaciones de que presionó y trató de interferir para que una empresa no enfrente cargos criminales ha creado una crisis en su gobierno sin precedentes, con dimisiones de alto calibre que le están afectando su popularidad y credibilidad al frente del país.

La dimisión de Jane Philpott, ministra del Tesoro, a principios de esta semana, ha convertido un escándalo en una potencial hecatombe, culminando una serie de renuncias y acusaciones que han puesto a Trudeau entre la espada y la pared.

Todo empezó hace unas semanas con la dimisión de Jody Wilson-Raybould, exfiscal general de Canadá. A principios de enero se le redujo de forma sorpresiva su importancia en el gabinete, pasando de ser la primera mujer e indígena al frente del ministerio de Justicia al menos importante ministerio de Veteranos.

Días después, el diario The Globe and Mail destapaba el escándalo: Wilson-Raybould había recibido presiones durante cuatro meses de las más altas instancias del gobierno canadiense para que diese un trato de favor a la empresa SNC-Lavalin, constructora con base en Québec que estaba siendo investigada por sobornar con hasta 36 millones de dólares al régimen libio de Muammar Gaddafi.

A la semana, Wilson-Raybould dimitía de su cargo y acusaba a Trudeau y sus más cercanos asesores de presionarla de forma “sostenida” y con “amenazas veladas” para evitar el juicio contra SNC-Lavalin y llegar a un acuerdo extrajudicial.

Después de la confesión, dimitió Gerald Butts, el principal consejero de Trudeau. Este miércoles comparecerá ante el Congreso canadiense para dar su versión de los hechos.

La salida de Wilson-Raybould obligó al premier a remodelar el gabinete; 72 horas después, Philpott presentó su carta de renuncia. La dimisión de Jane Philpott, ministra del Tesoro y amiga personal de Wilson-Raybould, a principios de esta semana, ha convertido un escándalo en una potencial hecatombe.

“He perdido la confianza en cómo el gobierno ha gestionado este tema y en cómo ha respondido a los problemas aparecidos”, escribió Philpott en su carta de renuncia, en la que habló de las “serias preocupaciones” que le causó conocer los “esfuerzos y presiones” recibidas por la exfiscal general en el caso relacionado con SNC-Lavalin.

Trudeau ha negado cualquier mala conducta, asegurando que ha actuado de forma “adecuada”. “Hemos defendido y protegido empleos en Canadá, pero siempre respetando las reglas”, dijo horas después de la dimisión de Philpott, considerada una figura de peso en el gabinete.

La crisis no es uno más de los tropiezos de Trudeau. Si la empresa SNC-Lavalin fuera condenada por sus delitos, estaría vetada de participar en licitaciones de obra pública durante una década, lo que afectaría a los casi 10 mil trabajadores que la compañía tiene en la región francófona de Québec, casualmente uno de los bastiones de votantes del Partido Liberal de Trudeau, quien buscará la reelección este otoño.

La reputación estelar de Trudeau ha virado radicalmente, afectando a su aceptación como figura casi impoluta. Una encuesta del Toronto Star asegura que 57% de los canadienses confiesa que su visión del premier ha empeorado a raíz del escándalo.

La oposición no ha esperado a pedir la dimisión de Trudeau por la poca “autoridad moral” que tiene para liderar Canadá, presionando todavía más a un premier que llegó al poder prometiendo una nueva era de transparencia. Trudeau modificó ayer toda su agenda del día para concentrarse en la respuesta a la crisis.

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