Madrid.— Marina Subirats (Barcelona, 1943) es hoy Catedrática Emérita de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona, pero en 1968 era una joven investigadora en el Laboratoire de Sociologie Industrielle de París, bajo la dirección del profesor Alain Touraine.

Con motivo de los 50 años del Mayo parisino, Subirats recuerda para EL UNIVERSAL aquellos días entre adoquines, debates e ilusiones revolucionarias. Su conclusión es matizada: “El 68 tuvo un legado muy positivo, pero no el que esperábamos. Se cambió la cultura política, pero en ese momento queríamos hacer la revolución y construir un mundo más igualitario que no logramos”.

Subirats llegó a Francia en 1965. “Como estudiante, participé ya en la primera gran iniciativa de los gauchistes contra la guerra de Vietnam. En ese clima, el 22 de marzo de 1968 el ministro de Juventud francés, François Missoffe, fue a la Universidad de Nanterre y los chicos le protestaron porque querían acceso a los pabellones de las estudiantes: ‘Si están calientes, tírense a la piscina’, respondió el ministro. Los estudiantes se ofendieron y organizaron el grupo 22 de Marzo. Los demás nos fuimos sumando a ese núcleo y se extendió un movimiento de contestación”, cuenta.

Subirats recuerda el 11 de mayo, punto álgido de las manifestaciones estudiantiles. “Nos manifestamos toda la tarde. Los estudiantes comenzaron a levantar barricadas con adoquines y coches. Después de medianoche, la policía atacó con mucha violencia. Al día siguiente, el barrio Latino parecía un campo de batalla. Fue tan brutal que Francia se paró con una huelga indefinida. Ocupamos la Sorbona, el teatro del Odéon, los obreros tomaron las fábricas, y se convocaban asambleas en todos sitios”.

Aquel clima de asambleas quedó grabado en su memoria. “Fueron días de debate continuo, por toda la ciudad, en los que entrábamos y salíamos, días y noches enteros. Las grandes manifestaciones se sucedían, y [el entonces presidente Charles] De Gaulle continuaba desaparecido”. Con su discurso contra la autoridad arbitraria, la opresión social o los roles estereotipados, el movimiento agitó una sociedad conformista. “La generación de la Segunda Guerra Mundial había vivido algo terrible y no tenía ganas de más aventura. Los jóvenes de la época sí necesitábamos cambios”, explica.

“Teníamos la sensación de que sucedían muchas cosas en la misma dirección: Estados Unidos, África, América Latina... En París, en la librería de Maspero, al lado de Saint-Michel, consultábamos periódicos revolucionarios de todo el mundo y ahí nos informábamos sobre los sucesos de México”, recuerda.

Por eso, la vuelta al orden y la victoria electoral de De Gaulle no fue una resaca fácil de digerir. “En 1969 y 1970 se vivía una gran sensación de frustración para los que nos sentimos cerca de la utopía y no la alcanzamos”, rememora Subirats.

Entre esos heridos de la utopía, distingue distintos grupos: “Algunos tardaron en volver a la realidad o no lo hicieron nunca, y se quedaron en luchas imposibles; otros volvieron como gestores del capitalismo que habían combatido y otros pensamos en otras utopías, otras causas y dedicamos parte de nuestra vida a ellas”.

Subirats ha seguido muy ligada a la política y ha tenido gran importancia en el movimiento feminista español, que alcanzó visibilidad internacional con la huelga del pasado 8 de marzo. “En cada país han funcionado mejor unas causas que otras, pero es cierto que la feminista es de las que ha encontrado más sitio en las reivindicaciones políticas”, explica. “En contra de lo que se dice a menudo, el Mayo del 68 no reservó un papel central al feminismo, pero hoy sí se logró”.

Para Subirats, una prueba de que el feminismo no fue protagonista en el 68 está en la nómina de líderes, todos varones: Cohn-Bendit, Alain Geismar y Jacques Sauvageot. “El feminismo ya tenía unos precedentes históricos y el Mayo sirvió para liberar la palabra y eliminar tabúes, creando las bases de movimientos como el de liberación sexual, tanto el feminista como el homosexual. Ese es su legado”.

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