La comunicación política tiene un antes y un después de Donald Trump; 2017 ha sido un año donde la espiral del escándalo ha ocupado el lugar de la comunicación estratégica y los medios se han visto obligados a cubrir al presidente de una forma distinta.

Para sorpresa de analistas, presidentes y la comunidad internacional, la escala de lo que es factible e incluso aceptable en el equipo de comunicación de un jefe de Estado está conociendo nuevos límites y no en el sentido positivo.

Ni siquiera en medio de una crisis de seguridad pública que impacta directamente la identidad nacional de Estados Unidos se piensa en una estrategia de contención que abone a la unidad y frene otras manifestaciones de violencia.

La reacción de la Casa Blanca ante lo sucedido en Charlottesville ha dicho mucho. Ayer, una declaración improvisada de Trump reavivó la división social e incrementó la indignación y sorpresa tanto de la parte afectada de la población como de la comunidad internacional. En un mismo mensaje, el presidente de Estados Unidos culpabilizó a las víctimas, buscó empatía para grupos neonazis, supremacistas y segregacionistas y comparó a los confederados con los padres fundadores.

De nueva cuenta se estiran (hacia abajo) los límites de la comunicación presidencial.

¿Existen consecuencias? Definitivamente, sobre todo en la iniciativa privada. En los últimos tres días CEO’s de empresas del tamaño de Merck, Under Armour, Intel o AFL-CIO se han retirado de los consejos de estrategia y manufactura —parte de sus promesas de campaña— e incluso Walmart ha emitido un posicionamiento deslindándose de los comentarios del mandatario.

Afortunadamente, los nuevos estándares en comunicación política no han alcanzado del todo al resto de las instituciones, la factura más grande llegará al partido republicano. En este sentido, el líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, Paul Ryan, ha tratado de contrarrestar las declaraciones o tuits de Trump y ha sido firme en que no puede existir ambigüedad moral al condenar actos de racismo, el mensaje parecería que va en dos vías, para los estadounidenses y para el Ejecutivo.

Esto no parece ser suficiente para detener la espiral de escándalos: Donald Trump sigue siendo el personaje que era titular de “reality shows” y no la figura presidencial que se requeriría para enfrentar el complejo panorama doméstico e internacional de un país como EU.

La sobreexposición y la controversia han sido la constante en su interacción tanto con medios como con el público en general, la peligrosa diferencia es que hoy este personaje creado en las pantallas tiene demasiada responsabilidad en sus manos.

Hasta antes de Charlottesville, la última encuesta de Gallup reflejaba que la polarización en la opinión pública respecto al tratamiento mediático del presidente se había mantenido prácticamente igual que en las campañas: 35% de los estadounidenses considera que los medios son demasiado duros con él, mientras que 34% dice que no lo suficiente; las declaraciones de esta semana tienen el potencial de cambiar la percepción y tener un efecto en las elecciones intermedias si los republicanos no toman cartas en el asunto.

¿Hasta dónde llegarán estos nuevos límites? y sobre todo, ¿qué se necesita para que el Ejecutivo y sus asesores entiendan el peso real de las declaraciones offline y online? ¿Llegará la factura del conflicto sostenido? Probablemente lo veremos en el siguiente capítulo.

Internacionalista y socia de Meraki México

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