En fechas recientes, han aparecido diferentes formas de irritación en México. Desde las físicas, provocadas por fenómenos como una agresiva iluminación que afecta a la vista, hasta las que producen los miles de comentarios escritos en redes sociales, seguramente en otros órganos como el hígado.

La molestia social es un factor que es difícil de medir, aunque notarla en la gente no requiere de mucha ciencia. En reuniones familiares, encuentros de trabajo o simplemente en la fila de cualquier sucursal bancaria, el malestar se manifiesta constantemente.

La falta de seguridad pública, el costo de los alimentos y de los combustibles, los múltiples (y a veces simplones) anuncios de las precampañas, son motivos a diario para estar de malas...hasta que llega un nuevo caso de corrupción y todo se transforma en furia.

Entre la corrupción política y sus repercusiones en la seguridad en calles y colonias, el desencanto ciudadano roza ya la desesperación en muchos estados de la República, y en otros, la situación es de emergencia.

Sin embargo, el sistema político arcaico que padecemos repite con cierta frecuencia que esto no es verdad y que existen logros tangibles que los ciudadanos no sabemos apreciar.

Pero es posible, que ese viejo sistema represente hoy una minoría a la que le ha ido bien precisamente por las condiciones que produce esa corrupción y su aliada, la impunidad.

El resto, una mayoría nacional, sobrevive entre los dos problemas que nadie quiere atender: la inseguridad y la falta de Estado de Derecho.

El riesgo es que ese ánimo se esparce y se contagia porque las oportunidades reales de crecer en México se reducen dramáticamente.

Un botón de muestra: esta semana la audiencia del prototipo del gobernador mexicano moderno, Javier Duarte, le fue tan favorable que existe la posibilidad de que (como en otros casos) pueda gozar de plena libertad a pesar de las evidencias.

Y justo ahí es donde arranca la irritación permanente de todos nosotros.

Google News

Noticias según tus intereses