Me movía de un lado al otro de la cama, no podía conciliar el sueño, los olores no me dejaban dormir, estaban todos saturados en la nariz,  el sabor del mole verde lo tenía en la punta de la lengua, salivé una y otra vez, no podía dejar de pensar en el suculento mole verde que estaba en el refrigerador.
 
La cazuela la habían explayado para que aquel delicioso manjar no absorbiera los olores propios del refrigerador. Una y otra vuelta en la cama y los tacos de mole verde circulaban por mi mente una y otra vez, qué delicia, el olor iba y venía.
 
El antojo cada vez era mayor, mas cuando sabía que habían torteado tortillas de maíz cacahuazintle y que para el mole se prepararon tamales de frijol para acompañarlo.
 
Según mi suegra el mole o pepián verde que preparaba era mejor después de que reposara algunas horas, pero en verdad tenía el sabor en la boca y sólo deseaba un taco de aquel manjar.
 
Finalmente dieron las doce de la noche y la incomodidad propia de una panza de seis meses de embarazo hacia sus estragos, así es que decidí levantarme y cual vil ladrón a hurtadillas asalte el refrigerador.
 
Un muslo con mucha salsa, frijolitos negros de la olla cocidos con epazote y lo difícil, decidir, de tín marín de do pingüe, tortillas o tamales, finalmente uno y uno total el muslo era suficientemente grande y las calabazas que acompañaban al pollo estaban de rechupete con el tamalito.
 
¡Listo! todo en la mesa como si fuera la hora de la comida, pero en aquellas circunstancias de inmovilidad por el embarazo, cualquier hora para saciar el antojo era buena.
 
Primero una inhalación de olores que salían del plato, pepita de calabaza, cilantro, chile, hoja de aguacate, hoja de lechuga, hoja de rábano, chile verde, tomate. Espeso como me gustaba.
 
La tortilla blandita y bien caliente con el vapor suficiente que permitía separar el hollejo y comerlo a cucharadas con la salsa.

 
El mole a punto como a mí me gusta con un mínimo de picor, pero con mucho sabor, balanceado el punto de hiervas aromáticas, sin que una le gane a otra, como debe ser.
 
Un antojo caro decía en mi casa, pero todo con tal de que el chamaco naciera bien, además seguro que estaría pachoncito y feliz de tantas complacencias a la mamá.
 
La mera verdad no entendía cómo podía ser tan feliz con aquellos olores y con aquellos sabores; sólo pensaba en comer una y otra vez mole verde, eso sí unas veces con calabaza, otras con pollo y otras con carne de puerco, pero siempre bien sazonado.

 
Han pasado más de 30 años de esto y aún  conservo el buen sabor de boca que me producía el pepián verde que fue mi alimento favorito por más de seis meses.

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