Tras varios días de reclusión María decidió salir a caminar con su hijo, que estaba inquieto y con mucha energía acumulada. La mujer dejaría el encierro que se había autoimpuesto hacia algunas semanas. Aquel domingo se baño a primera hora e hizo un desayuno sencillo para ella y el pequeño, huevos estrellados tiernos con tocino acompañados de frijoles negros refritos, espolvoreados con queso y tortillas calientes, jugo de naranja y un vaso de leche pequeño para el niño y una taza de café mezcla francesa para ella.

 

Al dar el primer sorbo al café María regresó a la vida cotidiana, aromas perfumados, ligeramente dulce y con toques ácidos, pudo identificar en su taza de café, aquella acción le dibujó una ligera sonrisa; estaba dispuesta a tomar un poco de sol y llenarse de esmeralda los ojos en el paseo matinal.

 

El paso resulto, según contaron los dos, toda una experiencia, cientos de globos se ofertaban en aquel parque, puestos anaranjados de dulces y verdes que expendían fruta estaban bien dispuestos, líquidos para hacer pompas de jabón, pelotas y reatas para jugar en el parque.

 

El famoso paseo incluía la compra de algunos dulces y juguetes, siempre y cuando no pasaran de tres, la regla era estricta, aunque Rodrigo, siempre pretendía quebrantarla. 

 

La primera adquisición fue un pequeño coche rojo, con el que jugo un buen rato, después un vaso de verduras que incluía zanahoria, pepino y jícama bañado en jugo de limón.

 

La tercera compra sería la última adquisición, un globo, pompas de jabón o bien un algodón de azúcar rosa bien esponjado.

 

Durante un buen tiempo María y Rodrigo buscaron al señor de los algodones en su tradicional carrito, no lo encontraron y tras varias horas de juego María pretendía descansar un poco. Pompas de jabón sería la mejor opción para que el niño comiera y no desperdiciara, seguro tendría hambre después de haber subido a todos los juegos decenas de veces.

 

Mamá grito varias veces el niño -encontré un algodón, pero se mueve demasiado y no lo puedo tocar, ven a ver- le dijo ansioso- por favor has que se pare para que podamos cortar un pedazo y no nos quedemos con el antojo.

 

María buscó por todos partes y revisó todo lo que podía ver, no encontró nada, agotada se sentó en una de las bancas aledaña a fin de darse un respiro, junto a ella una mujer entrada en años, vestida con una falda gris larga, blusa blanca y en el regazo un cofre en el que guardaba el tejido.

 

Rodrigo se puso más inquieto y comenzó a dar de brincos y hacia señales a su madre para que viera algo, María no entendía tantas muecas y movimientos -fíjate le decía a señas apuntando la anciana.

 

Madre, dijo Rodrigo acercándose, no ves a la señora, se puso un algodón azul en la cabeza, pregúntale donde lo compró. María no se atrevía a mirar a la octogenaria, los gritos se hicieron más que evidentes, entonces la madre toma la mano del niño y tan sólo de reojo volteó a ver a la mujer delgada y de cabello azul.

 

A lo lejos solo se escuchaba la insistencia de Rodrigo, compárame un algodón como el de la señora, será lo ultimo que te pida hoy, pero no me dejes con el antojo…

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