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María de la Luz Sandoval Zambrano es una mujer que tras varios intentos de emprender una lucha para terminar con el asedio criminal, logró que la comunidad de Aquila se levantara en armas como guardias comunitarias.

Conocida como doña Luz, es la fundadora de las autodefensas de la comunidad de Aquila, que se levantó en armas en junio de 2013 cuando, según describe, “eran insoportables las extorsiones, los secuestros, despojos, desapariciones y asesinatos que ordenaba Federico González Medina El Lico, entonces jefe de plaza en esa región de la Sierra Costa Michoacana”.

A pesar de tener al enemigo en casa —pues al alcalde de ese entonces, Juan Hernández Ramírez, los habitantes lo relacionaron directamente con el cártel Los Caballeros Templarios—, doña Luz consideró que no fue una subversión al Estado, sino una necesidad de proteger a su familia y a la localidad.

“Fue una necesidad, pero para mí se me hizo bonito haber levantado los pueblos. Se me hizo que la gente tuvo un gran valor y que ese valor lo debemos de conservar, porque si vuelve a pasar otra cosa como la que nos pasó antes, vamos a volver a levantarnos en armas porque tenemos que defender a la familia”, afirma doña Luz.

Si bien ese primer grupo de autodefensas encabezado por Luz Sandoval fue respaldado por la comunidad indígena de Aquila, su primer revés, recuerda, se los dio el Ejército cuando detuvo a por lo menos una treintena de comunitarios en la plaza principal.

Los autodefensas fueron desarmados y trasladados a un penal federal, donde estuvieron recluidos casi cuatro años, hasta que un juez federal les concedió la libertad y absolución del delito de portación ilegal de arma de uso exclusivo del Ejército.

Doña Luz reconoce que el levantamiento de esta lucha le costó a su comunidad la desaparición de cinco de sus integrantes, presuntamente levantados por sicarios al servicio de Los Templarios y que no han sido encontrados, “ni vivos, ni muertos”.

“Y en mi caso, yo soy viuda, yo soy la que he cuidado a mis hijos, yo soy el pilar de la casa y entonces, yo tenía que levantarme para proteger a mis hijos”, insiste.

Vestida con un traje típico regional y sentada en el patio de su casa, doña Luz narra que los viajes a escondidas a las reuniones con los autodefensas fueron financiados por ella misma y sus hijos, pues vivían bajo el yugo de Los Templarios.

Bajo los árboles de mango sembrados en su propiedad, relata que su temor principal era que un día Los Templarios desaparecieran a alguien de su familia. Sin embargo, personas cercanas a la mujer no se escaparon de ser víctimas de la delincuencia organizada, como todos los pobladores de ese municipio de 24 mil 864 habitantes, ubicado en la región de la Sierra-Costa.

Afirma que hoy no es así, ya que le dedica gran parte de su tiempo a atender a tres de sus hijos que viven con ella, pero también de estar al pendiente de otro más que radica en Estados Unidos.

María de la Luz cuenta que tiene otros seis grandes amores en la vida que no hubiera disfrutado sin los resultados de la lucha de autodefensas: sus seis nietos, con quienes aún juega e involucra en las actividades de la casa.

“Ya estamos más libres aquí; trabajamos más a gusto. Ya no nos cobran cuotas, ya no hay ‘levantones’, pues ya estamos más tranquilos”, platica la mujer de menudo cuerpo, cabello rizado y decolorado y orgullosa de estar en su hogar.​

Región cotizada. Aquila, al igual que los municipios de Arteaga, Aguililla, Coalcomán y Coahuayana, conforman la franja más importante de la zona minera de Michoacán, que desemboca en el traslado del producto en el Puerto de Lázaro Cárdenas, de donde salen las embarcaciones al extranjero, y en el que se encuentran instaladas las acereras y siderúrgicas para el proceso de metal, en su mayoría acero.

En esta franja, los habitantes dependían en su mayoría del mercado laboral minero; la agricultura y en algunos casos la pesca, estaban en un segundo plano hasta antes de que incrementara sus operaciones el grupo criminal de Los Caballeros Templarios.

Como consecuencia, muchas de las comunidades y habitantes del lugar pasaron de ser dueños, concesionarios e integrantes de cooperativas mineras, a trabajadores obligados por el crimen organizado a cambio de respetarles sus vidas, lo que los orilló, argumentan, a levantarse en armas.

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