estados@eluniversal.com.mx

Ayotzinapa, Tixtla.— Los que este viernes llegaron a la graduación es porque esa noche, la del 26 septiembre de 2014, pudieron correr, esconderse, porque esquivaron una bala. Se gradúan porque son sobrevivientes, porque no los mataron, no los desaparecieron, no están en coma.

Pero 42 de esta generación están desaparecidos (más uno de una generación que ya salió), tres están muertos y uno en coma.

Este viernes, la explanada de la normal de Ayotzinapa fue un hervidero de emociones, de sentimientos, todo estuvo revuelto: sobre la tristeza estaba la alegría y sobre la alegría estaba la tristeza. Por momentos hubo sonrisas y en otros lágrimas.

Son 74 estudiantes que cumplieron sus metas: se convirtieron en profesores y, tal vez, en la esperanza de sus familiares. A otros 46, policías y hombres armados se lo impidieron. Este viernes se graduó esa generación de jóvenes que fueron atacados la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero. Policías municipales, federales y presuntos sicarios de la banda Guerreros Unidos los balacearon, los detuvieron, los desaparecieron, los mataron. ¿Por qué? Aún no se sabe. Dicen que los jóvenes tomaron el autobús equivocado. Lo cierto es que este viernes no llegaron a su graduación.

Tampoco llegaron las madres y los padres de los normalistas desaparecidos. Esas mujeres y hombres que han puesto por delante su vida para ver de regreso a sus hijos. Uno de los pocos dirigentes sociales que llegaron a la ceremonia explica que los padres no quisieron toparse con una escena donde sus hijos estuvieran ausentes. No lo soportarían.

Se aferró a su sueño. Entre los 74 que se graduaron estaba Enrique Diego García, de 29 años, con dos hijos, se aferró a su sueño: ser profesor rural en la normal de Ayotzinapa. Él fue de los 150 jóvenes que fueron atacados aquella noche en Iguala, se salvó por la suerte y porque en medio de los ataques corrió. Esa noche, recuerda, en la terminal de autobuses Estrella Blanca, en Iguala, sus compañeros le cerraron la puerta de los dos autobuses Costaline que habían tomado y no le quedó otra que subirse en la unidad Estrella Roja, la que después se identificó como el “quinto autobús”.

Este camión tomó rumbo hacia el Periférico Sur y cuando casi salían, policías federales los detuvieron. Los amenazaron con asesinarlos si no lo abandonaban. Salieron corriendo, antes vieron cómo delante estaba balaceado el camión Estrella de Oro del que se llevaron a por lo menos 13 de sus compañeros.

Recuerda que corrieron y se escondieron en el monte, pero los policías los vieron y los comenzaron a seguir. Volvieron a correr. Después de un tiempo, patrullas de la policía de Iguala llenas de agentes y civiles armados les hicieron el alto. Volvieron a correr mientras les disparaban. Esquivaron las balas. Se pudieron esconder hasta que una mujer les abrió la puerta de su casa. Ella estaba atenta porque esperaba a su hijo, que formaba parte del equipo de Iguala que se había enfrentado esa noche contra Los Avispones. Salieron hasta las seis de la mañana y se fueron al Ministerio Público.

Enrique Diego dimensionó lo que estaba sucediendo cuando vio entrar a la normal de Ayotzinapa los féretros de sus tres compañeros asesinados; él pudo haber sido unos de ellos, reflexionó. El miedo lo invadió; decidió renunciar 15 días después, cuando veía en la televisión las protestas y las mentiras que lanzaba el gobierno. Decidió regresar para ayudar a encontrar a sus compañeros desaparecidos.

Ahora Enrique egresa de la normal, pero todo es incompleto: la mitad de la carrera la pasó en la lucha y la otra en las aulas. Dice que no se siente totalmente preparado por eso estudiará una maestría. En unos días conocerá el resultado del examen para lograr su plaza que hizo en Irapuato, porque él ya quiere dar clases, por eso —dice— resistió tanto.

El peso nos hace doblarnos. “Tenemos un cúmulo de sentimientos encontrados, si nos ven tristes mirando el piso no piensen mal, el peso nos hace doblarnos, por suerte nuestros pies y dignidad están bien firmes”, afirma Octavio Castillo, el estudiante egresado encargado de dar las palabras de la generación.

Ese mantener los pies y la dignidad firme, ha sido desde hace mucho el reto de Ayotzinapa. En Guerrero tiene una larga historia de represiones en su contra. Han sido muchos jóvenes los muertos, aún la desaparición de los 43 es el golpe más letal que ha recibido. En 2011, cuando asesinaron a dos en la autopista del Sol, se pensó que nada lo podría superar.

Este viernes se cerró un ciclo: la generación que ha materializado la tragedia en México egresó, lo hizo incompleta, 46 jóvenes no lo lograron y, peor aun, de 43 no se sabe nada.

Se cerró un ciclo, pero no la historia, padres y madres esperan a sus hijos, la verdad y la justicia. Esperan que algún día también se gradúen.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses