Veracruz— En el diamante del campo de béisbol, los restos de tres de las víctimas del ataque armado en Minatitlán fueron despedidos ayer por sus amigos y familiares.

El entrenador de los Marlins de Minatitlán, César Hernández, conocido como Volvo, su bebé de un año de edad, Santiago, y la señora Irma Álvarez, madre de uno de los miembros del equipo, llegaron hasta el campo de béisbol Beto Ávila.

El rey de los deportes, el preferido por muchos presidentes latinoamericanos, despidió como grandes a sus miembros honorarios. Los amigos y familiares cargaron los dos féretros —uno lo compartía el mánager con su hijo— y recorrieron la primera, segunda y tercera base, hasta llegar al home plate.

La familia beisbolera dijo adiós con un dolor atravesado en el pecho y con música de fondo del grupo Intocable:

“Lloramos por un amigo

que se ha ido al paraíso

para nunca regresar.

Lo vamos a extrañar,

adiós amigo,

querido amigo”.

El incesante sol que siempre golpea a esta región petrolera no fue excusa para que docenas abarrotaran las gradas, en una comunidad donde todos se conocen, donde todos se aprecian.

Aquellos que rendían tributo en un mar de personas vestidas de blanco, se quebraban al mencionar al pequeño Santiago y los aplausos invadían no sólo el campo, sino un municipio que durante años han implorado ser salvados de la violencia.

La ceremonia en el estadio fue la más emotiva, pero en diferentes puntos de la ciudad el llanto se escuchaba al despedir a otras víctimas, como Juan René López Velázquez, quien ya no vio nacer a sus mellizos. Todos fueron enterrados en el panteón Hidalgo y el Ejido Tacoteno, en una comunidad que jamás acaba de reponerse de sus tragedias.

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