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Para la familia Morales Jiménez los rayos del sol y las intensas lluvias ya no son un problema. Desde las alturas se observan pequeños puntos azules, son las mil 500 casas para acampar que donó el gobierno chino en apoyo a los damnificados que dejó el sismo del 7 de septiembre en Juchitán.

En un espacio de dos por tres metros y con letras chinas en la entrada, ahí pernoctan los Morales. “¡Es mejor aquí que estar en la casa que nos puede dejar sepultados!”, dice Mariano, de 35 años y de oficio obrero.

Con el desastre natural perdió su trabajo, como muchos juchitecos, y hace fila por más de siete horas para tratar de entrar al programa de autoempleo. Ayer no tuvo suerte.

Mientras hace fila, sus hijos descansan en la casa donada por el gobierno chino, instalada en el patio de uno de sus vecinos.

“Estamos más tranquilos, ya tenemos un techo de lona por lo menos; pero no tengo dinero para mantener a mis hijos, no sé qué hacer, ya no veo por dónde”, dice mientras muestra parte de lo que pudo rescatar de los escombros, como una cama.

Mira hacia el cielo y recuerda a su esposa. Quedó sepultada en su casa. Siente culpa por no poder salvarla.

Aunque la ayuda no para, dice Mariano que no es suficiente. Ha pensado en sacar a su hijo de la escuela para que lo ayude a traer dinero y poder comenzar desde cero.

De nuevo llega el recuerdo del 7 de septiembre. Él dormía en la hamaca instalada en el patio por el calor. Su esposa se acostó en la planta baja de la casa y los hijos arriba.

El sueño lo venció. No sintió el movimiento sino hasta después. Intentó abrir la puerta de metal, se trabó. Con la desesperación no la pudo abrir.

Intentó subir, pero el techo se desplomó. El tiempo que duró el sismo fue una eternidad al ver que sus hijos estaban atrapados. En un instante miró a su alrededor y se dijo: “Ya no tengo familia”.

Después de 15 minutos de haber pasado el temblor, su hijo el mayor, Juan, empezó a gritar. Comentó que su hermano Sebastián y su madre estaban muertos.

Abuela asume rol de madre. Hoy, Mariano tiene dónde dormir, en la casa para acampar que le dio el gobierno chino. Sin embargo, para él ya nada importa porque su compañera de vida ya no está.

Guadalupe Morales es la madre de sus esposa y abuela de sus hijos. Espera ahí sentada, afuera de la casa para acampar. Antes dormía sin nada que la cubriera del sol o de la lluvia, junto con los nietos que se han quedado sin madre.

Ella, mujer de la tercera edad, es la encargada de cuidar a los niños mientras Mariano busca desesperadamente ocuparse en un empleo para sacar adelante a la familia.

La hija se adelantó. La ama de casa ya no está, quedó sepultada; la mujer de las arrugas se encarga de todo. Ha tomado el rol de madre y abuela en el tiempo que le queda de vida.

Mariana, de 17 años; Juan, de 15; Mariano, de 10, y Sebastián, de cinco, creen que es un sueño y que al despertar estará su madre a su lado, cuidándolos, despertándolos para otro día escolar, otro día en familia... pero no es así.

La de las arrugas pierde la mirada en la nada: entre la casa de acampar, trastes, ropa y algunos juguetes de Sebastián, quien a pesar de su corta edad sabe que su vida ha cambiado para siempre. Ahí, en callejón Negrete, en la octava sección de Juchitán, nada es igual, como para todos los juchitecos desde el 7 de septiembre.

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