Ramiro y Juan, dos hermanos veinteañeros, tienen unos días que volvieron a fumar cristal. Juan, el mayor, apenas hace dos días recayó. Ambos son pacientes del Centro de Integración Juvenil (CIJ) de Torreón, y desde hace algunos meses luchan por arrancarse la adicción al cristal, una droga que va en ascenso entre los consumidores de Coahuila.

Los dos comenzaron hace más de cinco años. Les ofrecieron el narcótico en reuniones de amigos. “Prueba, no seas miedoso”, retaban a Ramiro. “Vas a andar bien activo, se te quita la güeva, andas haciendo todo”, le decían a Juan. “La probé para ver qué se sentía. Se le hace fácil a uno y al principio comencé probándola una vez por semana, en reuniones; te gusta y termina siendo diario, constante”, describe Ramiro sobre sus inicios.

Ramiro estudiaba en la Escuela Normal de Torreón y Juan ya trabajaba como comerciante. Ambos estaban ya casados a sus 19 y 20 años de ese entonces.

En principio, los traficantes les daban mucha droga por poco dinero. Después fue poca droga por mucho dinero. “Luego tú quieres más y más. No se quieren ir solos, te quieren destruir”, dice Juan, quien con el tiempo sentía pánico y ansias de fumar cristal una y otra vez. “Sientes que todos están contra ti, sientes miedo, imaginas cosas, sientes que estás en otro lado”, relata.

Juan comenta que sentía una energía interminable. Si fumaba toda la semana y paraba un día, se sentía un bulto, como si cargara una losa en la espalda. Por eso fumaba y fumaba, y en ocasiones hasta más de un gramo llegó a aspirar.

“No te deja dormir. Estábamos chupados. Queríamos jale de veladores, porque no te duermes ni dejas dormir a la demás gente. Andas de aquí para allá”, platica Juan. “Yo veía sombras, sentía que alguien me veía, tenía pánico, miedo”, cuenta Ramiro.

A Juan se le empezaron a quebrar los dientes, las muelas picadas se le caían a pedazos como vidrios rotos. Le salieron llagas en la lengua, los ojos los traía todo el tiempo irritados. A Ramiro se le olvidaban las cosas, no recordaba dónde había dejado las llaves. Si salía a algún lado, de repente no se acordaba a dónde iba. “¿A qué salí?”, se preguntaba y regresaba acelerado.

Síntomas y padecimientos como estos empezaron a ser común en los nuevos pacientes que llegaban al Centro de Integración Juvenil. Rafael Mora Garza, director del Centro en Torreón, menciona que el consumo de cristal ha dado un brinco importante en los dos últimos años. De los más de 500 nuevos casos que llegan cada año, en 2015 apenas el 1.8% de los pacientes referían haber usado alguna vez el cristal u otras metanfetaminas. Para 2016 la cifra subió al 17% y en el primer semestre de 2017 el 22% de los pacientes ya refieren haber recurrido al cristal.

“Bajita la mano, al final del año vamos a ir rondando el 30% de nuestros pacientes. Si hablamos de menos de 2% hace dos años a 30%, es muchísimo”, explica Mora Garza.

Consumir a toda costa

Un gramo de cristal, cuentan Juan y Ramiro, cuesta cerca de 500 a 600 pesos. Pero lo menos que se venden son 200 pesos. Se fuma en pipa, en aluminio o en foco. Los dos llegaron hasta robar por conseguir dinero para comprar la droga.

“Yo vendía mi teléfono, las bocinas del coche, el estéreo hasta la carriola de mi hija. Llegué inclusive a vender droga”, recuerda Juan. “Vendes hasta la plancha para el pelo de la señora, una licuadora, una camisa que tienes. Tu mente idea cómo conseguir dinero para comprar”, dice Ramiro.

La ansiedad era tanta, que Juan desarrolló un tic por estarse arrancando los vellos de la barba. Otros adictos sienten como animalitos que se pasean por el cuerpo. “Sientes como asqueles (hormigas)”, menciona Juan. “Un amigo parecía changuito de tanto que se rascaba la cabeza”.

Jesús Jasso Fraire, delegado de la Procuraduría General de Justicia de Coahuila, Laguna I, reconoce que el fenómeno del consumo de cristal lo están notando con las detenciones de personas en posesión de esa droga.

Aclara que aunque el consumo de cristal no supera a las drogas “tradicionales” como marihuana y cocaína, es una droga que antes no se veía y que ahora ya aparece en la venta del mercado clandestino local.

“Definitivamente sí hay un aumento. No es cantidad desorbitante, pero antes no aparecía y ahora sí. Es una droga nueva y los menores que son detenidos por alguna situación de droga tiene que ver con la marihuana y con el cristal”, comenta Jasso.

Para el director del CIJ, otro fenómeno que llama la atención es la edad de los consumidores. Mientras que en otros lugares del país el cristal lo consumen chavos mayores de 20 años, en Torreón hay adolescentes de 13 y 14 años que ya lo consumen. “Son niños que están accediendo a una sustancia muy nociva. Los daños que provoca el cristal como el deterioro físico, sicológico, emocional, familiar... son rápidos. Es una sustancia adictiva. Hay que revisar la disponibilidad porque está llegando fácilmente”.

Mora explica que el cristal antes era una droga muy cercana al corredor Pacífico, pero recientemente empezó a expandirse a otras regiones del país. Asimismo, como muchas otras drogas, ya no sólo se exporta, sino que también se queda en territorio nacional.

Camino largo

Juan llama chucky al cristal porque el consumo le enfurecía, le cambiaba de humor. No atendía a su esposa ni a sus hijos. “Estaba con ellos, pero no estaba, no escuchaba, me hablaban y no hacía caso. Sientes que te están pasando cosas, pero no pasa”, recuerda.

Algunos que se decían sus amigos robaban en carreteras, terminaron en la cárcel o llegaron hasta a golpear a los padres. Su familia se fue distanciando. Los hermanos, adictos al cristal, desconfiaban de todo y de todos. Se molestaban si alguien les ofrecía ayuda.

Ramiro se separó de su esposa y fue en ese momento que se dio cuenta que estaba perdiendo a su familia y que tenía que parar. Con él reaccionó su hermano Juan.

Ambos acuden periódicamente a las atenciones en el Centro de Integración Juvenil. Están conscientes que viven un proceso y que no van a dejar el cristal de un día para otro. “Ya no es como antes, pero antier sí probé; no voy a decir que tengo un mes sin probar, no me voy a hacer menso”, confiesa Juan, quien lleva parches junto a la oreja para controlar la ansiedad. Ambos recuperaron a la familia y creen que sólo con el apoyo de ellos podrán salir adelante.

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