A José Ron nadie lo podía tocar. Estaba prohibido durante las grabaciones de la serie El gallo de oro, en la que comparte créditos con Lucero.

Y no es que estuviera en plan de divo o prepotente, sino que su personaje así lo requería al ser un hombre que simple y sencillamente no soporta que alguien siquiera lo roce y él, a vez, sufre de pavor al apenas palpar a otra persona.

En la serie El gallo de oro, basada en la historia original de Juan Rulfo, el actor da vida a Dionisio, un hombre que pierde a su madre y con ayuda de un gallo comienza a tener fama y fortuna, causando envidias, egoísmo y algo de amor.

Esta es la tercera versión surgida de relato rulfiano, luego de que en 1964 Ignacio López Tarso interpretó al mismo personaje en la cinta homónima y años después, en 1986, Ernesto Gómez Cruz hizo lo propio en El imperio de la fortuna.

“Nuestra versión es una adaptación acorde a los tiempos de ahora, a los públicos actuales; se sitúa en los años 40 y 50 con rancheros, caballos, el campo, el palenque, todo, pero hay cosas propias”, comenta Ron.

“El personaje (por ejemplo) tiene una particularidad, un trauma por algo que le pasó, que nadie lo puede tocar y él no puede tocar a nadie. Eso le da otra perspectiva a todo lo que hace”, añade.

El histrión de La mujer del diablo y Enamorándome de Ramón sabe que seguramente habrá comparaciones cuando, a finales de año, salgan los episodios por Vix+, pero no es algo que le preocupe.

Bajo la dirección de Chava Cartas, la historia grabada en locaciones de San Luis Potosí e Hidalgo cuenta con lenguaje cinematográfico

Su personaje no puede tocar a nadie, pero a los animales sí y Ron logró conexión con el gallo estrella de la serie.

“Yo creo era actor (risas), porque había una escena importante donde se decía que tenía que hacer tal y cual cosa y nos preguntábamos cómo le haría. Al final, el gallo hizo exactamente todo lo escrito, fue como magia”, recuerda.

“Uno como actor al abordar un personaje tiene un cuaderno de apuntes al que dejas conforme avanzas; aquí la cosa era que mientras más se avanzaba, más se pedía y debía volver a él, siempre me mantuvo en movimiento”, abunda.

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