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Hay películas que se plantean como novedad absoluta. Apuesta difícil de hacer, porque no hay medias tintas. El resultado se ama o se odia. Caso en cuestión es ¡madre! (2017; así, con minúsculas), inquietante filme número siete que desafía cualquier convención genérica de Darren Aronofsky, quien declaró: “Quiero que el público comente esta cinta, que se ría con ella, que la analice, que piense en ella un tiempo… Me interesó transmitir cómo llega gente a una casa para no irse. Quiero que el público viva esa pesadilla; otra idea fue captar la vida en EU del siglo XXI porque actualmente es un tiempo de locos… Es una cinta escalofriante para conmocionar al público” (Reuters, 14/9/2017).

Hay que creerle, sobre todo cuando la abuchearon en el festival de Venecia y la aplaudieron en otras latitudes. Nada convencional hay en la historia del matrimonio formado por madre (Jennifer Lawrence rompiendo con sus gélidas actuaciones tipo Los juegos del hambre), y él (igual, sin mayor identificación; Javier Bardem, tan inquietante como en Sin lugar para los débiles), quienes de súbito conocen a hombre (Ed Harris) y mujer (Michelle Pfeiffer), preámbulo a una enervante invasión que funciona como surrealismo (¿o churrealismo?) un tanto pasado de moda infestado de horror y paranoia, sin nunca precisar la propuesta (la síntesis argumental: cómo vive una pareja en soledad, con él, escritor esperando inspiración, y ella ama de casa, es sencilla. No así lo infernal de las múltiples situaciones harto absurdas que siguen).

Antes que buscar un estilo visual (ciertamente logrado por la fotografía de Matthew Libatique, la partitura de Jóhan Jóhannsson y el montaje de Andrew Wesblum), Aronofsky en su guión escrito en solitario busca una dramaturgia para violentar muchas convenciones fílmicas, quedándose a medio camino entre una película de horror de arte y una crítica cinta psicofilosófica delirante.

Aronofsky no da concesiones ni salidas fáciles. Conmociona, como dice. Hacía tiempo que una cinta aparentemente comercial no pretendía ser tan chocante y fuera de serie.

Como otro título en la obra de un director que arriesga cada vez más (véanse sus previas La fuente de la vida y Noé), esta ¡madre! confirma ser una cinta abstracta. Una provocación que no deja indiferente a nadie. Y no es para todas las sensibilidades. Conste.

En el cine deportivo abundan historias de individualistas que tuvieron éxito enfrentando a su némesis. Ejemplo de ello es Borg vs. McEnroe (2017), debut en el largometraje de ficción del danés Janus Metz, que cuenta el célebre cara a cara protagonizado en Wimbledon 1980 por el sueco conocido como “el hombre de hielo” Borg (Sverrir Gudnason, pasándose de inexpresivo) y el desconcertante estadounidense McEnroe (Shia LaBeouf, haciendo una pretenciosa actuación arrogante basada en su narcisista comportamiento público escandaloso).

Este enfrentamiento popularizó al tenis. Igual que otras cintas similares, si no se es aficionado al tema en cuestión, el espectador convencional se topa con una historia desmesurada (y fallida) que sobredimensiona un resultado dizque más grande que la vida. Así, en este filme, Metz quiso convertir al encuentro entre el vulgar McEnroe sin control y el elegante mesurado Borg en metáfora de un enfrentamiento entre mentalidades.

Tristemente Borg vs. McEnroe desvela tras su pretendida trascendencia una esquemática banalidad. Quiso ser una cinta deportiva de primera. Quedó de segunda división.
msl

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