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La guerra de las galaxias (1977, George Lucas), episodio IV, y El imperio contraataca (1980, Irvin Kershner), episodio V, cimentaron hace 40 años la mitología más original de la ciencia ficción fílmica. A pesar del mediocre El regreso del Jedi (1983, Richard Marquand), episodio VI, y las deplorables partes I (1999), II (2002) & III (2005), la octava entrega de la saga, Star Wars: los últimos Jedi (2017), apenas cuarto filme del sorprendente Rian Johnson, le da digna continuidad al mito para actualizarlo con la nueva generación Jedi encabezada por Rey (Daisy Ridley).

Según el episodio VII, Star Wars, el despertar de la fuerza (2015, J. J. Abrams), Luke Skywalker (Mark Hamill, robándose escenas para recuperar el tiempo perdido) es ahora un ermitaño y acaso moribundo caballero Jedi. Tras volverse el renuente mentor de Rey, emprende la aventura de rigor a su lado, con Leia (Carrie Fisher en su última aparición) y el vasto reparto.

Llenándolo de vericuetos dramáticos, Johnson reinventa el placer de ese cine que en la infancia se venera. La especificidad mito-poética de la serie funciona una vez más con la eficacia de un viejo filme de matiné estilo 1950, porque Johnson cuenta bien la anécdota y hace que los personajes emocionen al espectador. Después de los episodios IV y V, sin duda este VIII les sigue en calidad.

Extraordinario (2017), tercer filme del novelista y vanguardista director Steven Chbosky, cuenta la vida de Auggie (Jacob Tremblay, con prótesis facial pero en plan de ser el mini Marlon Brando de su generación), que a consecuencia de diversas operaciones no es físicamente atractivo. Es el hermano menor de aquel Máscara (1985, Peter Bogdanovich) que debe enfrentar el horror escolar al que temen sus padres buena onda Nate (Owen Wilson) e Isabel (Julia Roberts).

Cinta que destila nobles sentimientos de principio a fin, gracias a cierta ironía de Chbosky y al buen desempeño de sus protagonistas, se aleja lo suficiente de la sensiblería (aunque conserve una pizca cursi). Relato moral, inspirador, entusiasta de la vida, la amistad y la amabilidad, es el lado B de la cinta previa de Chbosky, Las ventajas de ser invisible (2012), convertidas ahora en las de ser visible y, en consecuencia, extraordinario.

Detroit, zona de conflicto (2017), sorprendente décimo filme de la directora más ambiciosa en Hollywood (única ganadora del Oscar de dirección en la historia) Kathryn Bigelow, con guión de su colaborador habitual Mark Boal, aborda los disturbios raciales sucedidos en Detroit durante 1967 que costaron la vida a tres hombres negros y donde otros más recibieron una paliza junto a dos mujeres blancas.

Cine político de primera; certera crónica sobre los mecanismos ideológicos del racismo hecha con brillante tensión dramática sin concesiones, es un duro, intenso y brutal filme anti era Trump.

¡No vayas a colgar! (2016), debut en la dirección del dúo experto en efectos visuales Damien Macé & Alexis Wajsbrot, es un cuento perverso con moraleja sobre la estúpida broma hecha por Sam (Gregg Sulkin) y Brady (Garrett Clayton), que acaba en pesadilla. Mezclando clichés del género, para que no se parezca a Con M de muerte (1954, Alfred Hitchcock) ni a su verdadero modelo Una llamada perdida (2003, Takashi Miike), la “inventiva” de esta cinta es sumar convencionalismos de rutinario horror barato. Gracias a su breve duración, y al sicópata de cajón que al menos funciona, apenas provoca uno que otro sobresalto que ayuda a no dormirse.

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