qhacer@eluniversal.com.mx

Increíble que el universo de los cazadores de fantasmas, demonios y peligrosos entes sobrenaturales, el matrimonio formado por Ed y Lorraine Warren, diera para algo más que El conjuro (2013, James Wan). Pero su recurso “basado en una historia verídica” creó una exitosa serie de cintas sobre hechos paranormales siempre en la encrucijada que hay entre miedo, suspenso y melodrama.

Igual que otras series similares, tiene sus altibajos. Annabelle (2014, John R. Leonetti) no estuvo a la altura de las expectativas. Ahora, de nuevo con guión en solitario de Gary Dauberman, Annabelle 2: la creación (2017), apenas segundo largometraje del destacado sueco experto en atmósferas de miedo David F. Sandberg, es una sorpresa. Porque supera a su predecesora.

A diferencia de cintas tipo Amityville: el despertar (2017, Franck Khalfoun), que reciclan sobados lugares comunes evitando contar el origen de la maldición, aquí el argumento se concentra en cómo y por qué surge Annabelle.

La historia es un anti-Pinocho (1940, Ferguson, Hee, et al.). Una niña muerta pide reencarnar en una muñeca. Su padre Samuel (Anthony LaPaglia) es, claro está, un anti-Geppetto, y comparte con su esposa Esther (Miranda Otto), el profundo dolor de la pérdida. Al vivir por completo aislados, vuelven a su hogar orfanato para la frágil hermana Charlotte (la mexicana Stephanie Sigman), y su grupo de niñas. Y sucede lo que tiene que suceder. El argumento anti-Pinocho, pues, sustancialmente mejor al de la primera Annabelle, entretiene con la asfixiante atmósfera de casa satánica lograda hábilmente por Sandberg y su fotógrafo Maxime Alexandre.

El ambiente de miedo, donde las pequeñas protagonistas viven la peor pesadilla imaginable, para un género que rechaza a últimas fechas excesos sangrientos, es notable; confirma que el miedo se sostiene con agobiantes acciones hechas con estilo directo. La narrativa sin artificios, aunque tiene sus ideas formularias, funciona. Porque está al servicio de un interés primordial: espantar al espectador. Raro es en este tipo de género que la película dos supere a la uno. El agradable resultado, no del todo óptimo, se debe a que el director Sandberg mantuvo mano firme e inspirada.

Un miedo más racional aborda Mujer en llamas (2017), sexto largometraje del inconstante Luis Prieto, director con más tablas para la comedia romántica que para la acción trepidante como la aquí propuesta.

La premisa es simple: Karla (Halle Berry), quien lleva una vida de cliché, enfrenta lo inimaginable por cualquier madre: el secuestro de su hijo Frankie (Sage Correa). Revelar esto no es contar la cinta, que se desenvuelve en tres niveles. Primero, la convencional trama (escrita por Knate Lee) de persecución tremebunda cuando Karla descubre que no puede pedir ayuda. Segundo, la angustiante atmósfera (foto funcional de Flavio Martínez Labiano), sin duda lo mejor, en la que Karla arriesga todo para lograr su objetivo. Y tercero, el ejercicio de actuación crispante (para exclusivo lucimiento de su actriz protagónica), su mejor efecto especial, que transmite la angustia y el horror del secuestro.

Prieto quiso equilibrar esta mezcla de tensión y reacción; de escape y persecución. A la larga hizo una mesa desigual: por más que quiera emparejarla, siempre una pata cojea: la cinta tiene elementos desconcertantes, o inverosímiles, o complacientes, que impiden ver la tragedia que presenta más allá de un desesperante y desesperado espectáculo inferior a Búsqueda implacable (2008, Pierre Morel).

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses