Venecia.- Bien se dice que las obras que causan controversia son las más interesantes. Y si hay un filme que ha traído esa lucha entre críticos y dividido opiniones es precisamente , del realizador mexicano pues no ha dejado a nadie indiferente.

Una obra llena de sutilezas, surrealismo, códigos y profundidades con la que los latinos e hispanos conectan y que a los sajones les ha costado digerir y abarcar. Y es que en la película está muy presente la frontera, mental y física, el desarraigo del que se va, la inmigración con sus varias capas, formas y facturas. La nostalgia del que deja la tierra, del que cree haber encontrado una vida mejor aunque haya perdido todo en el camino, casi la identidad. Y que se aferra a ella como a un clavo ardiente.

También está la mezcla de los sueños con la realidad. Ese realismo mágico tan latinoamericano, tan vivo. Una crítica a los Estados Unidos que puede sacar ampollas mostrando un país que da prosperidad pero que nunca te acaba de hacer sentir que estás en casa y en donde todos parecen robots y se mueven en torno al dinero. La historia de México mezclada con la de un artista con un éxito que no sabe cómo acomodar. Que le escuece y le genera culpa. Que tiene el síndrome del impostor. Y además están las pérdidas y las cicatrices que éstas dejan. Todo esto es un cóctel que puede ser abrumador. Que culturalmente parece pasar factura a la hora de medir la cinta pues críticos de un mismo medio como el New York Times la califican de forma diametralmente opuesta.

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Por ejemplo, David Kehr expone que "Bardo" son “172 minutos de película con un desenfrenado ego que no se lo desearía ni a su peor enemigo”. Carlos Aguilar, crítico del mismo medio y parte del consejo de críticos de Los Ángeles, la califica como una obra maestra: “Como alguien que salió de México, hace casi veinte años y que siempre lucha con la identidad nacional y la pertenencia adoré "Bardo", una obra maestra trascendente y la mejor película del director desde "Amores Perros”.

La crítica española, en su mayoría, la califica de monumental. Y ese vaivén de amor y odio parece una metáfora de la propia cinta que se mueve entre el repudio y el abrazo del éxito que encarna el personaje de Silverio Gama, el alter ego de Alejandro.

Quizá es una cinta que cala más en quienes han transitado los caminos del autoexilio o el destierro. En las culturas en las que la vida y la muerte se entrelazan y en la que la fantasía tiene cabida. Es como si el propio espacio denominado "Bardo", que es precisamente ese lugar entre la realidad y la interpretación de ésta, ese limbo, fuera una profecía autocumplida con esta película que sólo parece lograr anidarse entre quienes están dispuestos a habitar esa frontera de lo incierto. Habrá que ver qué dice el jurado y hacia qué lado decide inclinar la balanza final, pero por lo pronto "Bardo" ya se está convirtiendo en un mito.

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