En los encuentros de jefes de Estado no se decide nada, ni menos se negocia, pues su objetivo fundamental es enviar la señal, urbi et orbi, de que existe un alto grado de entendimiento, cooperación, confianza, amistad, etc. Sin embargo, la historia de nuestras relaciones con Estados Unidos demuestra que ese no siempre ha sido el caso, y que incluso los resultados han sido contraproducentes. La primera reunión de este tipo tuvo lugar en 1836 entre Antonio López de Santa Anna y Andrew Jackson, pero como el presidente mexicano fue enviado a Washington como prisionero de los texanos que lo apresaron (con lo que automáticamente ganaran la guerra), no fue una verdadera visita de Estado. La que sí lo fue con toda la solemnidad y pompa del caso se realizó en 1909 en El Paso y Ciudad Juárez entre Porfirio Díaz y William Taft, con el propósito de patentizar la gran armonía, entendimiento y cooperación forjados entre los dos países después de los muchos conflictos del siglo XIX. Sin embargo, también tuvo un inesperado efecto negativo: como los vecinos constataron que el jerarca de 79 años no daba muestras de dejar el poder, que no existía un proceso institucional de sucesión, y que la estabilidad, progreso y bienestar (especialmente de las cuantiosas inversiones estadounidenses) estaban en riesgo porque se acercaba a su fin biológico, con el pragmatismo que siempre los ha caracterizado le retiraron su apoyo para propiciar la sucesión que el viejo dictador eludía. Contraproducentemente la revolución estalló en 1910 y las relaciones se deterioraron por largos años, de suerte que el siguiente encuentro presidencial se registró 44 años después cuando, en el contexto de nuestra participación (1942) en la Segunda Guerra Mundial, Franklin D. Roosevelt se reunió con Manuel Ávila Camacho en Monterrey durante 1943.

A partir de ese momento nuestros mandatarios ya se reunieron con más frecuencia, hasta que acordaron encontrarse anualmente. Ese aparente gesto de amistad recíproca no siempre fue del todo real: a pesar de la imparable integración binacional en marcha, los desacuerdos persistían y se reflejaban en las visitas de Estado. Durante la que parecía haber sido nuestra última crisis bilateral (aunque nunca se anunció públicamente, me consta que las relaciones diplomáticas estuvieron a punto de romperse), Miguel de la Madrid fue recibido en Washington (1984) con un periodicazo que lo acusó de depositar en Suiza 164 millones de dólares. Tras la negociación del TLCAN esos arteros ataques desaparecieron hasta que Donald Trump, inesperada e innecesariamente, de nuevo ha tensado nuestras relaciones, siendo clara muestra de ello el que no se ha verificado una entrevista presidencial. Después de la muy criticada y contraproducente invitación al candidato Trump en agosto del año pasado, ya fue imposible concertar un encuentro, máxime teniéndose en cuenta las rudezas, patanerías, majaderías y payasadas mediáticas que ha dispensado a otros dignatarios. No obstante, es totalmente anómalo que no haya tenido lugar la entrevista de rigor con el jefe de un Estado que el secretario de Estado James Baker calificó como la relación bilateral más importante que Estados Unidos tiene, lo que Trump & Company parecen ignorar o menospreciar. Por la forma en que Trump ha agredido y ofendido a México y a los mexicanos, el finalmente anunciado encuentro bilateral que tendrá lugar en Hamburgo con motivo de la reunión del Grupo de los 20 el 7 y 8 de julio, es a todas luces indeseable, pero también es indispensable porque no se trata tanto de los dignatarios del momento, sino de los intereses vitales de dos naciones que comparten un destino común. Como los riesgos son muchos puesto que con su populismo, irracionalidad, vulgaridad y arrogancia Trump ha sacado provecho personal de sus encuentros internacionales -incluso ofendiendo y aventando a sus pares-, nuestra diplomacia tiene que hacer un grandísimo esfuerzo para evitar una nueva humillación. El rival sabe que el presidente mexicano es un lame duck porque pronto dejará el cargo y tiene bajos índices de aprobación, de suerte que buscará revivir su odiosa retorica antimexicana de campaña, e igualmente desviar la atención del grave problema de sus vínculos con los rusos en las elecciones que le dieron el triunfo. La jugada es muy arriesgada, pero por ser necesaria e inevitable, solo una diplomacia inteligente y astuta puede hacer que salgamos airosos.

Internacionalista, embajador de carrera y académico.
 

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses