Donald Trump tiene posibilidades reales de convertirse en el presidente de Estados Unidos a partir de enero próximo.

Ya no se trata de un mal sueño, como se especulaba hace unos meses atrás cuando se decía que el discurso extremista del empresario lo descalificaría en las primeras rondas de la campaña republicana. Ahora hay que reconocer que aquel frívolo empresario de los bienes raíces leyó bien al electorado republicano cuando planteó una campaña anticlimática y a contracorriente de buena parte de las tradiciones del partido conservador estadounidense.

Trump está en la antesala de la Casa Blanca, por lo que estamos frente a un escenario muy probable que debe estar sobre la mesa de las estrategias y decisiones de los asesores en Los Pinos, de la Cancillería, de los políticos y empresarios mexicanos para los próximos meses.

Ha quedado claro que el discurso nacionalista y proteccionista que enarbola Trump ha encontrado arraigo entre una gran masa de votantes estadounidenses que lo han colocado, a cinco meses de las elecciones presidenciales, en un virtual empate con la casi segura candidata demócrata Hillary Clinton, de acuerdo con las encuestas. La más reciente elaborada por la Universidad Quinnipiac, en Connecticut, coloca a Clinton apenas 4 puntos por delante de Trump, 45% a 41%, aunque los votantes manifiestaron un claro desagrado hacia ambos posibles contendientes. Así que la elección será por el ‘mal menor’.

En cualquier caso —dado el tono de las campañas visto durante las nominaciones presidenciales y lo terriblemente disputadas que serán estas elecciones a partir de julio— es muy probable que los discursos se radicalicen aún más en la etapa final hacia las elecciones presidenciales del 8 de noviembre próximo.

En una conversación reciente, el ex secretario Jaime Serra Puche me decía que si bien los discursos de los candidatos no tienen gran sustancia, porque hay una parte de retórica política de corto plazo lógica en cualquier campaña electoral; sin embargo, las campañas han sido tan extremas que cualquier de los dos que llegue a la Casa Blanca, harán daño en materia de relaciones comerciales con México. Serra me lo decía de esta manera: “Si el candidato republicano se opone al libre comercio, la candidata demócrata tendrá que hacerlo, y más… porque esa es la tradición política de los demócratas: anti libre comercio. Si Trump lleva estos argumentos al extremo, va a obligar a Hillary a irse al extremo”. Tiene razón Serra Puche cuando dice que para los candidatos será fácil vender el discurso anti libre comercio ante unos electores cansados de que sus empleos se vayan a China o a México o que los migrantes compitan por sus puestos de trabajo, después de todo lo que han pasado a partir de 2008.

Es mucho más complicado en una campaña electoral tan intensa como la que viene, explicar a unos atribulados electores que ellos se verán beneficiados si abren sus fronteras e impulsan una región altamamente competitiva, en donde un México integrado juega un papel relevante.

Y en ese discurso Trump tiene todas las de ganar, sin dejar de apuntar —como me lo hizo saber Jaime Serra, que Hillary Clinton nunca estuvo a favor, y no lo está— del Tratado de Libre Comercio con México.

Si a ello le añadimos que una gran cantidad de legisladores del vecino del norte también comulgan con esta cada vez más extendida cultura proteccionista en Estados Unidos, entonces lo que esperaríamos es que por lo menos en los primeros 2 o 3 años del próximo gobierno estadounidense, el sector exportador mexicano enfrentará fuertes problemas con cualquier administración en la Casa Blanca.

Por lo mismo, queda prácticamente descartado cualquier esperanza de ampliar el TLC en materia de movilidad laboral, de migración, o de una mayor movilidad logística, particularmente del transporte de carga.

Son años negros los que se asoman para el principal motor del crecimiento económico en México; y de allí su trascendencia. Y claro que brinca la pregunta: ¿Existe una estrategia que haya echado a andar la canciller Claudia Ruiz Massieu para defender los intereses del país ante un escenario altamente probable? Se sabe que las organizaciones empresariales están trabajando en esto, pero ¿es suficiente lo que están haciendo?

Televisa y el fuego amigo. La principal empresa de televisión del país está hirviendo. Cambios hechos públicos, movimientos subterráneos y acusaciones no resueltas. Como en sus inicios, Emilio Azcárraga Jean enfrenta el reto de mantener el barco a pesar de todo. Y no solo se trata de tempestades, sino también de capitanes y marineros.

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