En su reciente visita a Chile, donde lo recibió por escasa media hora la presidenta Michelle Bachelet en el Palacio de la Moneda, Andrés Manuel López Obrador aprovechó para visitar el “Salón Blanco de Allende”, donde se reproduce la oficina del mítico presidente chileno Salvador Allende. Es una réplica exacta que recrea el despacho presidencial, donde se suicidó Allende el 11 de septiembre de 1973, porque el original fue destruido por la dictadura de Augusto Pinochet. Ahí, junto al cuadro del socialista que gobernó Chile, el dirigente de Morena grabó un video en el que confesó su admiración por “el ejemplo de Allende que marcó mi vida” y lo llamó “apóstol de la democracia”.

El video difundido en redes sociales provocó de inmediato reacciones en México, a donde iba dirigido. Críticos del tabasqueño cuestionaron que, al compararse con Allende, el aspirante presidencial se autoerigiera, según su interpretación, en “apóstol de la democracia”, cuando en su trayectoria varias veces a mandado “al diablo a las instituciones”; otros, más proclives a su proyecto, vieron una “identificación histórica e ideológica” con el gobernante que sentó las bases de la reconocida democracia chilena actual, y los más suspicaces quisieron encontrarle a la declaración de López Obrador un mensaje político más elaborado: al identificarse con el depuesto presidente chileno, a quien la CIA junto con una facción del Ejército de ese país le organizó un golpe de Estado, Andrés Manuel López Obrador está no sólo equiparándose ideológicamente con Allende, sino también en un posible destino político, por las voces que afirman que en Washington no ven con buenos ojos su proyecto de nación para México.

El mismo John Kelly, hoy flamante jefe de Gabinete de la Casa Blanca, declaró en abril pasado, en una reunión con senadores, que su país ve con preocupación que “un antiestadounidense de ala izquierdista” llegará a la Presidencia mexicana en 2018. “Tenemos un problema con México. Hay mucho sentimiento antiestadounidense. Si la elección en México fuera mañana, probablemente se obtendría a un antiestadounidense de ala izquierdista como presidente de México. Eso no puede ser bueno para Estados Unidos (…). No sería bueno para Estados Unidos ni para México”, dijo Kelly, en ese entonces secretario de Seguridad Interna, ante el cuestionamiento del senador republicano John McCain.

Es evidente que esa declaración aludía al puntero en las encuestas, en abril y ahora, López Obrador, y aunque el mismo tabasqueño reaccionó entonces a los comentarios filtrados del señor Kelly y negó ser “antiestadounidense”, el mensaje del hoy hombre fuerte del gobierno de Donald Trump quedó bastante claro sobre la percepción que tienen en Washington del líder morenista. “El próximo presidente de México va a mantener una relación respetuosa con el gobierno de Estados Unidos”, dijo el 7 de abril Andrés Manuel en clara respuesta a las declaraciones de Kelly y McCain.

Ese episodio ha generado también en los círculos políticos y económicos de México la percepción de que “Estados Unidos no quiere a López Obrador”, argumento que repiten críticos y detractores del aspirante. Sin embargo, el gobierno estadounidense no puso trabas a las dos giras que ha realizado el político mexicano por su país, en febrero pasado, cuando estuvo en Los Ángeles, Chicago, El Paso y Phoenix, y luego en marzo, cuando visitó Nueva York y Washington. En todas esas estancias en territorio estadounidense, donde se reunió con migrantes mexicanos y con empresarios latinos y estadounidenses de la frontera, López Obrador dirigió discursos críticos hacia la política antinmigrante y antimexicana de Trump y sus recorridos se realizaron sin contratiempos, salvo la protesta de mexicanos que enfrentó en Nueva York y los cuestionamientos del padre de uno de los normalistas de Ayotzinapa.

El tema es que, al invocar la figura política de Salvador Allende, Andrés Manuel López Obrador también invoca, inevitablemente, el recuerdo de un presidente, sí popular, carismático y revolucionario en su momento, pero también un “mártir” de la lucha democrática. Porque el gobierno y el proceso de reformas sociales y políticas de Allende fue objeto, primero de un bloqueo económico y político de Washington —alarmado por la expansión del socialismo en el país andino, en épocas de la guerra fría— y luego de una conspiración golpista alentada y armada por la CIA estadounidense (según han confirmado documentos desclasificados), apoyada por empresarios y oligarcas chilenos, y ejecutada por el traidor de Augusto Pinochet, quien fuera de los generales de más confianza de Allende.

Aquel golpe de Estado sumió a Chile en una dictadura militar que duró de 1973 a 1990, que persiguió, violó derechos humanos y asesinó a miles de chilenos que comulgaban con Allende y su gobierno, a la par que instauró un modelo de libre mercado que, respaldado por la derecha empresarial y bajo el yugo del autoritarismo, hizo crecer la economía chilena. Aquel 11 de septiembre los golpistas arrasaron con tanquetas, bombas aéreas y morteros al Palacio de la Moneda y al gobierno legalmente constituido. Salvador Allende se quitó la vida de un disparo en su despacho, al verse copado por los traidores que comandaba Pinochet, no sin antes dirigirse por última vez a los chilenos en un discurso a través de la radio, donde “decepcionado”, dijo: “Yo no voy a renunciar y ante el tránsito histórico, pagaré con mi vida, la lealtad del pueblo”. Y finalizaría: “no se detienen los procesos sociales ni con el crimen, ni con la fuerza. La historia es nuestra… Éstas serán mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano”.

Hoy, en la antesala de una sucesión presidencial que se adivina tan competida como complicada en nuestro país, en la que hay incluso quienes ven una contienda “enrarecida” por intentos orquestados de frenar “a como dé lugar” a quien encabeza las encuestas, vale la pena preguntarle a Andrés Manuel López Obrador con cuál de los dos Allendes se identifica más, si con el gobernante o con el mártir, que al final son uno mismo. Y qué mensaje quiso mandar cuando, además de Allende, evocó también a Francisco I. Madero “nuestro apóstol”, ambos víctimas de un golpe militar, alentado por Estados Unidos, que los asesinó y los depuso del poder. ¿De qué hablaba López Obrador cuando se paró frente al retrato de Allende?

NOTAS INDISCRETAS… Tras el alargamiento del proceso de extradición de Roberto Borge, por la negativa del ex gobernador y las artimañas de sus abogados que argumentan que su detención a bordo del avión de Air France fue en territorio francés y no de Panamá, la política quintanarroense se calienta. El principal promotor y socio de Borge, el senador Félix González Canto, está operando para mantener el control del Tribunal Superior de Justicia de Quintana Roo y garantizar su impunidad. Félix tiene toda una estrategia para mover los hilos en el tribunal y continuar la protección de la que goza desde hace 12 años, y para ello aprieta a los 5 magistrados que han sido sus operadores en los últimos años. González intenta medir fuerzas con el gobernador y seguir manejando al Tribunal con esos 5 magistrados, varios de ellos con pasado cuestionable y decisiones polémicas en su actuación. Pero la jugada maestra con la que el senador y socio de Borge quiere asegurarse es colocar en la presidencia del Tribunal al magistrado Adolfo del Rosal. Veremos quién gana el duelo de fuerza en Quintana Roo y si Félix González Canto logra perpetuar el manto de impunidad que lo protege, tanto en el estado como en la bancada del PRI en el Senado… En la acelerada carrera que se corre en Morena por la candidatura a jefe de Gobierno de la CDMX, Ricardo Monreal apretó el paso al lograr el respaldo del PT, cuyos dirigentes declaran su apoyo al delegado en Cuauhtémoc y han dicho que “sólo si él es el candidato” irían en alianza con Morena en la capital. Pero eso no es todo, el zacatecano está a punto también de amarrar a Movimiento Ciudadano, de Dante Delgado, para igual aceptar una alianza en la Ciudad si Ricardo es el abanderado morenista. Con ese sprint Monreal puede terminar sacándole más de una cabeza a la apuntada Claudia Sheinbaum, que un día sí y otro también se destapa en los medios, y al dirigente capitalino Martí Batres. Porque por más cercanía y afectos con López Obrador, ni Sheinbaum ni Martí tienen la capacidad para conseguir ellos una alianza con el PT y con MC y dependen para ello de AMLO, mientras que Monreal ya la tiene negociada y se la ofrecería a Morena como parte de su candidatura. El 4 de septiembre el Consejo Estatal de Morena definirá si se elige a un “coordinador por consenso” o si, a falta de acuerdos internos, se va a una encuesta para definir quién será el abanderado a la codiciada Jefatura de Gobierno capitalina… A propósito de Sheinbaum, hoy en su abierta campaña la memoria le falla. Ya no se acuerda, ni se quiere acordar, de aquella reunión en el Toks de Tasqueña en la que, convocados por Rigoberto Salgado, los delegados de Xochimilco y Azcapotzalco acudieron a manifestarle “su apoyo para que sea candidata” a jefe de Gobierno. Fue el propio delegado en Tláhuac el que le levantó el brazo a Claudia para proclamar su destape, lo que después les valió a los cuatro delegados una investigación de la Comisión de Honestidad de Morena. Pero hoy la delegada-aspirante ya no tiene “ojos” para Rigoberto y repite como Cervantes “en un lugar de Tasqueña de cuyo nombre no quiero acordarme”… Ayer la Comisión Ejecutiva de la XXII Asamblea Nacional del PRI emitió el acuerdo para que el evento principal del cónclave tricolor se realice el 12 de agosto a partir de las 9 de la mañana en el Palacio de los Deportes. Ahí se conocerán los documentos finales que surjan de las mesas temáticas del 9 y 10 de agosto. Los dados cierran con Serpiente. Semana intensa.

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