Una estrategia electoral de sobra conocida por los mexicanos y que ha demostrado en varias ocasiones su efectividad —inventada por el PRI aunque también utilizada ya por otros partidos gobernantes— es el llamado “voto del miedo”. Si con Ernesto Zedillo y sus 17 millones de votos en el incierto 1994 esa estrategia tuvo su mayor demostración, en otras elecciones competidas tanto a nivel federal como en los estados la hemos visto repetirse siempre echada a andar por el partido que gobierna, igual los panistas Fox y Calderón con el “peligro para México” contra López Obrador, que en estados donde el PRI se resiste a dejar el poder.

El efecto directo y comprobado de sembrar miedo e incertidumbre entre la población en campañas electorales reñidas, es que suele desalentar o mermar la participación electoral y ciudadana, reduciendo la salida de votantes a las urnas ante el temor a hechos violentos, con lo que estadísticamente hay un beneficio directo para el partido que tiene el mayor “voto duro” y la mejor estructura operativa el día de los comicios —vulgo “acarreo de votantes”— y un perjuicio directo a la oposición que promueve un “cambio o alternancia” en el gobierno en disputa.

No extraña que en las reñidas elecciones en marcha en tres estados, antesala de la sucesión presidencial de 2018, estemos viendo, a menos de un mes de las campañas, estrategias del “voto del miedo”, armadas e instrumentadas en el Estado de México, Coahuila y Nayarit por el partido gobernante que, en los dos primeros casos, busca evitar a como dé lugar —con uñas, dientes y un despliegue inusitado de recursos públicos a favor de sus candidatos— una derrota histórica y que llegue, por primera vez en 88 años, la alternancia a Saltillo y Toluca.

En el Estado de México, los hechos de violencia en cadena en las últimas semanas no parecen aislados: primero las mantas aparecidas el 29 de abril en cuatro municipios con amenazas y carros incendiados en contra de Andrés Manuel López Obrador y su constante presencia en las campañas mexiquenses; luego el asalto violento, la semana pasada, con saldo de cuatro muertos, a la sede del PRI en Ciudad Nezahualcóyotl y por esos mismos días el robo de una camioneta con propaganda de Josefina Vázquez Mota en Coacalco. Si a eso se suma la presencia constante de grupos de “golpeadores” como los que empujaron y sacaron a la delegada panista Xóchitl Gálvez de un tianguis de Tlalnepantla, es claro que alguien, desde el PRI del Estado de México está alentando el miedo como aliado de su candidato Alfredo del Mazo.

Eso se refuerza con el discurso del candidato priísta que, en el último debate del martes, tuvo como principal estrategia atacar a su contrincante Delfina Gómez, a la que descalificó en varias ocasiones “porque no está preparada ni capacitada para gobernar. Del Mazo repitió ideas en torno a eso: “Es una amenaza para la estabilidad del estado”, “está en riesgo el futuro de nuestras familias” y “yo sí me he preparado para gobernar”.

La cerrada elección en el Estado de México, de supervivencia política para el PRI y para Peña Nieto y su grupo, se definirá entre dos variables: la capacidad de la estructura poderosa priísta en el estado para sacar a votar a su “voto duro” el día de la elección contra la inconformidad y el rechazo social al priísmo y peñismo en gran parte de la sociedad mexiquense. A menor participación electoral, más posibilidades de ganar tiene el voto duro priísta al que solo puede derrotar una salida histórica de votantes a las urnas. Luego entonces, el miedo es aliado del PRI para evitar una alternancia letal para el partido y para Peña. Y uno de los instrumentos que trabajan para eso es el grupo Antorcha Campesina, brazo golpeador ligado y financiado por el priísmo mexiquense, y cuyo enlace con la campaña de Del Mazo es el tamaulipeco Simón Villar, quien ya opera con ese grupo una “estrategia” para el día de los comicios.

El mismo escenario se repite en Coahuila, donde la disputa cerrada es entre la maquinaria clientelar, también poderosa y efectiva, de los hermanos Moreira, contra la inconformidad social que genera el rechazo al endeudamiento y corrupción de los dos últimos sexenios del PRI, abanderada por el panista Guillermo Anaya. Por eso la campaña del priísta Miguel Riquelme manda mensajes que alertan: “en todos los estados que ganó el PAN (en 2016) la violencia se ha duplicado”. Y ponen como ejemplo el cercano Tamaulipas, gobernado por el panista Francisco García Cabeza de Vaca y que, ciertamente, vive una ola de violencia por el reacomodo de cárteles y fuerzas del narco en Reynosa, Matamoros y Victoria.

La pregunta en el aire es: ¿qué tanto funcionará este 4 de junio, en el Estado de México y Coahuila, el voto del miedo? O si hay una fuerza ciudadana y una ola de inconformidad que rebase y rompa no sólo al temor y la incertidumbre, sino también a dos de las mejores maquinarias priístas.

sgarciasoto@hotmail.com

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