Una peligrosa polarización crece entre la sociedad mexicana por el tema de los matrimonios igualitarios. Las posiciones a favor y en contra de elevar a rango constitucional las uniones civiles entre personas del mismo sexo se exacerban y las expresiones de uno y otro lado dan paso a situaciones de intolerancia, odio y descalificaciones, mientras el autor de la iniciativa legal que dio pie a esta confrontación se esconde como avestruz y ni él ni su partido dan la cara en la defensa de un derecho y un concepto de igualdad que ellos propusieron.

¿Por qué no defiende y apoya el presidente Enrique Peña Nieto su propuesta de reforma constitucional para reconocer el matrimonio como tema de igualdad? ¿Por qué no despliega a favor de esta iniciativa, que él subió a la agenda pública y parlamentaria —cuando ya había una tesis de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que obligaba a los estados del país a reconocer el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo— una operación política y de cabildeo con el Congreso, como la que llevaron a cabo cuando se trataba de sus “reformas estructurales” y, en cambio, el Presidente permite que hasta su propio partido se acobarde y se rebele congelando su iniciativa?

Todo indica que al Presidente le dio miedo. En cuanto sintió el primer manotazo de la Iglesia católica y sus poderosos jerarcas que se mofaron de él con alusiones homofóbicas —“se me hace que el Presidente más que Gaviota busca Gavioto”— y llamaron a votar en su contra en las pasadas elecciones estatales del 5 de junio, Peña parece haberse asustado y arrepentido de una propuesta de vanguardia en materia de igualdad y equidad de derechos para todos los ciudadanos de este país sin importar su preferencia sexual.

Es cierto que el Presidente desafió a un poder real, como son las Iglesias y sus brazos civiles que son los grupos más conservadores de la sociedad y que irritó a purpurados que alguna vez fueron sus aliados, pero ¿no sabía que eso pasaría cuando decidió mandar su iniciativa de reforma al artículo 4to. constitucional al Congreso?, ¿o acaso le pasó lo mismo que con su repudiada invitación a Donald Trump que creyó, ingenuamente y por consejo de algún “genio” de su equipo, que todo sería “ganar-ganar” —“win-win”, Videgaray dixit— y que lo aclamarían sectores conservadores y religiosos de una sociedad aún machista y homofóbica?

Como dijera el clásico panista de Los Pinos “haiga sido como haiga sido”, Peña tomó una posición y una decisión como mandatario de un país al apoyar los matrimonios igualitarios y proponer elevarlos a rango constitucional como un derecho, y lo menos que podría hacer ahora es defenderla y dar la cara como jefe de Estado; o en su defecto, si se arrepintió y sintió que el costo político se volvió muy alto o que no era el momento de plantearla, que tenga el valor de decirlo y retirar su propuesta. Porque lo que han hecho Peña Nieto y el PRI, al decir que “por el momento no es prioridad” un tema que ellos metieron a la agenda pública, es desentenderse de los efectos y las dimensiones que este debate empieza a tomar ante la intolerancia homofóbica de algunos grupos azuzados por las Iglesias y la defensa de otros sectores que se sienten atacados.

El Presidente tendría que hacerse cargo, en un gesto de responsabilidad política, antes de que ese debate se desborde y que la polarización creciente dé paso a expresiones de peligrosa confrontación social. No vaya a ser que, así como le faltó para encarar al fascista Trump —con el que prefirió “dialogar y convencerlo”, aunque al final se burló— ahora el Presidente tampoco le haga frente al poder eclesiástico, que igual se mofa y desafía abiertamente la autoridad y laicidad del Estado.

NOTAS INDISCRETAS… La sucesión en el PRD se mueve a favor de Miguel Ángel Mancera quien, destapado por enésima vez por corrientes y dirigentes del partido, saca ventaja hacia 2018. Con todo, el jefe de Gobierno dice que no se afiliará al PRD y sería candidato externo, aunque varios perredistas, como el senador Miguel Barbosa, le han pedido que se haga militante. Y ahora, con la campaña de su cuarto informe, Mancera aprovecha los reflectores y la publicidad que la ley le otorga para impulsar su proyecto, mientras los otros dos “suspirantes” perredistas, los gobernadores Graco Ramírez y Silvano Aurelones, están sumidos en tremendas crisis en sus estados. Por cierto que Graco salió a decir, tras el destape de perredistas a Mancera, que él no lo veía como el único candidato. “ A mí se me acercan muchas personas para decirme que me apoyan”, dijo. Lo que no dijo el cuestionado gobernador es que se le acercan más, sobre todo en su estado, para decirle “fuera” y “que renuncie”… Los dados repiten Serpiente. Mala racha.

sgarciasoto@hotmail.com

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