Algo extraño viene sucediendo entre las abejas y los celulares del planeta.

En las últimas semanas, varios celulares han sido atacados por nubes de abejas, mientras estaban en funcionamiento. De estos ataques han resultado al menos cien muertes. Cabe aclarar, muertes de los usuarios de los celulares atacados, no de las abejas ni de los aparatos.

El ataque más connotado, sucedió este sábado pasado en Santa Mónica, suburbio de la ciudad de Los Ángeles, cuando un importante productor de cine, Mike Clairbone, entró a un cubículo del banco Chase, para usar el cajero automático —eso mientras sostenía su celular contra la oreja y daba luz verde a un proyecto cinematográfico.

Mike Clairbone recogía los billetes del cajero, todavía hablando con su celular pegado a la oreja, cuando una nube de abejas se arremolinó a su alrededor: lo picoteó exhaustivamente, en las manos y el rostro, y entró bajo las telas de su saco Armani para seguirlo picoteando, en tanto él intentaba alcanzar la manija de la puerta de cristal cerrada, para escapar.

Nunca lo logró. Cayó al piso, y las abejas entraron por su boca, sus oídos y sus orificios nasales, rematando por dentro su corazón.

La oficina de Netflix, para quien trabajaba Clairbone, publicó una nota lacónica en la revista Variety que salió a la luz este lunes. “En una coincidencia afortunada, el celular de nuestro querido Mike, tenía la función de grabar encendida al momento del ataque, de forma que guarda sus acuerdos para iniciar el rodaje de la película We all want something, always. Que descanse en paz.”

El raro incidente tuvo otro saldo positivo. Llamó la atención a los ataques de abejas que vienen ocurriendo desde hace dos años en África y en América del sur, y ahora parecen haber llegado al norte de América, donde probablemente se multiplicarán.

Las principales hipótesis sobre la repentina animadversión de las abejas contra los celulares, giran en torno a la utilización de pesticidas neurotóxicos —es decir, que trastornan el sistema nervioso de los insectos—. Sin embargo, la connotada bióloga Janine M. Beynus, ha publicado una hipótesis más probable. Para comprenderla, hay que recordar que las especies de los humanos y de las abejas comparten una característica esencial.

La energía vital la transforman en ruido: las abejas en un zumbido producto de su rapidísimo aleteo (240 aletazos por segundo) y los humanos en un incesante hablar y hablar y hablar, producto de la angustia de sus gargantas (angustia que algunos llaman, pomposamente, “angustia existencial”).

Pues bien, a lo largo de millones de años, el zumbido convirtió a las abejas en una especie altamente social: una abeja nunca está realmente sola, aun libando una flor escucha a las otras abejas de su tribu a su alrededor; e igualmente el incontenible bla bla bla humano, nos convirtió en una especie altamente social: un humano nunca está realmente solo, aun en el confinamiento más solitario, siempre está hablando con alguien, presente o ausente.

Y esta coincidencia, lejos de estorbar a las dos especies, produjo entre ellas una feliz adaptación. Las abejas producían miel y los humanos se las robaban, sin que las abejas protestaran. La aparición de los celulares ha roto esa dulce armonía.

—Los celulares —explicó la doctora Beynus— transmiten exactamente en la misma frecuencia de sonido en que las abejas zumban. De ahí que las abejas ahora estén en plena guerra territorial contra los celulares.

—Es bien sencillo —terminó la doctora—: o las abejas o los celulares, los humanos tenemos que elegir a quienes eliminamos, antes de que inicie en marzo la primavera en el hemisferio norte.

Sin querer contradecir a la doctora Beynus, quien esto escribe divisa otra posibilidad menos cruenta. Basta que las abejas asesinen a un 10% de los usuarios de celulares, para que reine otra vez la paz. Ya veremos qué decide la ONU.

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