Pensaban algunos que el secretario Videgaray no era el adecuado para encabezar de parte de México las negociaciones con el agresivo presidente de EU, Donald Trump.

Para empezar, había sido Videgaray quien invitó a México a Trump, cuando apenas candidato, y así normalizó sus tremendas amenazas. Para continuar, había sido Trump, ya como presidente electo de EU, el que eligió a Videgaray para ser su interlocutor en las negociaciones entre ambos países, mediante una sorpresiva táctica: la de exigírselo al Presidente de México.

—O negocio con Videgaray, o no negocio —le soltó Trump por teléfono.

A lo que el presidente Peña había respondido a botepronto, con valentía:

Okey.

Y para terminar, Videgaray mismo, al recibir el nombramiento formal de canciller de México, se había clasificado como “un aprendiz” de la diplomacia.

Poner al frente de tu ejército al general que tu enemigo eligió, clamaron los opinadores mexicanos, y además a un general bisoño, es un error gravísimo.

Pues nones para los criticones: Videgaray habría de ser quien resolvería el conflicto entre las dos naciones enfrentadas, gracias a su sabiduría en la Teoría de los Juegos No Cooperativos.

Sucedió así.

Trump y Videgaray se reunieron en un lugar secreto (la casa de veraneo de Trump, Mar-a-Lago) y mandaron a sus respectivos equipos y al presidente Peña lejos (a jugar golf en el campo contiguo).

Ambos hombres depositaron sobre la mesa redonda enmantelada de fieltro verde sus bártulos de guerra. Videgaray, tres cuadernos y una regla de cálculo. Trump, una lata de coca cola light.

Trump primero avasalló con sus ridículas peticiones:

—Quiero renegociar el Tratado de Libre Comercio entre nosotros. Quiero deportar a 2 millones de mexicanos cada año. Quiero un muro en la frontera pagado por México. Quiero gravar a las corporaciones que maquilen en México con 35% de impuestos. Quiero anular todas las visas vigentes de entrada a mi país. Y quiero que los mexicanos me quieran.

Videgaray no movió un músculo de la cara mientras recibió la andanada de absurdas peticiones, ni después, en los largos minutos en que consultó los cuadernos, el de lineamientos diplomáticos y el de objetivos de la negociación, manipuló su regla de cálculo, con una paciencia de relojero, tomó nota de los resultados calculados en el tercer cuaderno, de hojas de cuadrícula grande, o cuando por fin respondió con voz tranquila:

—Lo primero, de acuerdo, pero respetando nuestra soberanía nacional. Lo segundo, de acuerdo, pero con orden y dignidad. Lo tercero, con la salvedad de que se le llame Puente Benito Juárez al muro. En cambio lo restante, muy de acuerdo, y sin comentarios. Ahora bien… a cambio de todo eso… yo quiero una sola cosa.

Escribió en una tarjeta de cartón de media carta una oración y se la deslizó por la pradera de fieltro verde a Trump, que la leyó.

Todo lo otorgado decimos que te lo exigí YO.

La jugada maestra estaba hecha.

En la conferencia de prensa que ofrecieron Trump y Videgaray al día siguiente, Videgaray cedió el primer turno para hablar al presidente Trump, que colocó ambas manos en el podio y se acercó al micrófono para decir:

—Ha sido un placer negociar con un canciller tan inteligente y tan grandemente guapo como es Luis Videgaray. El resultado es que todo lo que le exigí YO me lo otorgó.

Videgaray cambió de color al escucharlo, primero palideció, como si la sangre hubiera abandonado su rostro, luego el rostro se le enrojeció intensamente, y luego cayó de espaldas. Clac, se escuchó el golpe.

En sus memorias, Trump habría de concluir el relato de los hechos con un comentario.

No mentí. Me pidió que dijéramos que “todo lo otorgado lo exigí YO”, y lo cumplí al pie de la letra.

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